jueves, 24 de enero de 2008

Los que suben el butano

El año comenzó como siempre: con nuevas vueltas de tuerca a nuestros bolsillos. Subió el metro, el pollo, el pan y casi todo lo demás. También subió el butano, quizá porque los pobres dueños de Repsol no han conseguido aumentar sus beneficios en tantos millones de euros como ellos habían planeado. Y la culpa debe ser nuestra porque ellos hacen todo lo posible por todos los medios a su alcance. Incluso se han inventado una formula revolucionaria en los días del triunfante postcapitalismo: sustituir los sueldos de los repartidores por las propinas de los compradores. Así ellos no tienen que reducir en unos miles de euros los miles de millones que necesitan para seguir especulando y engordando su empresa. Además, así se obliga a los ciudadanos-consumidores a un ejemplar ejercicio de conciencia y ponen a prueba su nivel de solidaridad.

Son esos sutiles detalles de la civilización occidental los que no captan en toda su magnitud los recién llegados del otrora llamado tercer mundo. Pero todo se andará porque para comenzar el año los lideres de la vapuleada Alianza de Civilizaciones se reunieron en Madrid para enderezar la cosa planetaria, que se está poniendo muy malita. Lastima que la noticia se viese ensombrecida por la detención en Barcelona de un grupo de islamitas radicales y violentos que presuntamente planeaban un mortal y salvaje atentado en la ciudad.

Entre los detenidos están Abdul y Shahed, dos pakistaníes que se buscaban la vida subiendo bombonas a las casas de los barceloneses. Evidentemente, alguien que prepara la masacre de otros congéneres no está muy en sus cabales, no merece ningún respeto y no es precisamente un ejemplo para los niños. Decir que tampoco está integrado en nuestra poco edificante sociedad es una de esas estupideces políticamente correctas que tanto se llevan. Pero es innegable que la mejor forma de que abandonen sus alucinadas ideas de venganza, aparquen su odio y respeten nuestro sistema de convivencia, no es en ningún caso obligarles a ganarse la vida de una forma tan humillante como la de la remuneración convertida en limosna.