viernes, 27 de febrero de 2009

Darwinismo


Resulta que desde hace ya un tiempo nos está llegando una nueva moda procedente de los Estados Unidos de Obama, de donde vienen las modas igual que los niños vienen del Paris de Sarkozy. Es el creacionismo, ahora rebautizado curiosamente “diseño inteligente”, y se enseña en muchos colegios de yanquilandia. La cosa consiste en caramelizar aquello de Adán y Eva y hacer un hibrido de cabrón y mono, con perdón. Es decir: que la cosa no fue exactamente que la mujer saliese de una costilla del hombre y ambos poblasen la tierra, pero en el fondo, en el fondo, más o menos sí, y todo vigilado y dirigido por Dios entre siesta y siesta.

A los fundamentalistas de la Biblia los miramos por encima del hombro y les atribuimos la inteligencia de un berberecho; y eso está muy feo, sobre todo desde el punto de vista de los berberechos, claro. Ahora que se cumple el bicentenario del nacimiento de Darwin y está de moda polemizar sobre la teoría de la evolución de las especies, quizá sea el momento de acercarnos a esos salvadores de almas y usar argumentos científicos en lugar de despreciar sus teorías dictadas por el altísimo, un tipo con el que es muy difícil competir, sobre todo cuando no crees que exista.

Para evitar este desencuentro, lo mejor sería contarles a los creacionistas que nuestros primos chimpancés también son perfectamente capaces de elaborar estrategias para hacerse con el mando de la manada y no dudan en matar al jefe (conocido como macho alfa) para hacerse con su puesto. Además tienen la bonita costumbre de pelearse desde la más tierna infancia y abusar de los más débiles. Por si fuera poco, los llamados “grandes simios” viven en grado de excitación sexual permanente, se pelean por las hembras, a las que maltratan sin problemas, y los más poderosos llegan a tener verdaderos harenes. Quizá estos pequeños detalles consigan que los “hooligans” celestiales estén un poco más orgullosos de su pasado animal.

lunes, 16 de febrero de 2009

Mía o de nadie


Hablan ahora las amigas: ella era un perrito faldero.
Suena el eco de las palabras del matón: como te vea con otro verás.
Alardean los amigos: era un chulito que se achantaba con los tíos.

Y se sirven raciones de escándalo, se consumen tajadas de morbo en las mismas teles que alimentan a esas criaturas que hacen lo que ven y dicen lo que escuchan. Corren lágrimas de cocodrilo en los mismos programas en los que triunfa el más despiadado y embelesa el más caradura.

Es la ética del perro del hortelano.
La moral tabernaria del por mis huevos.
El orgullo cavernícola del macho despreciado.

Sentencian los opinólogos a una juventud sin modelos, se lavan las manos los Pilatos que negocian con las miserias ajenas, que se forran con la competitividad ajena y que llevan por divisa el triunfo a toda costa.

Acodado en la barandilla mediática, en primera fila del espectáculo, mientras se rastrea un cuerpo en el río, clama ahora el pueblo enfurecido: más leyes, más cárceles, más condenas.

En una habitación una niña de 15 años llora embarazada porque su novio se ha convertido en el asesino de otra de 17. Y de fondo sigue sonando como siempre una canción nunca escrita y eternamente tarareada: la maté porque era mía.