jueves, 24 de diciembre de 2009

Cruento de Navidad


Hace una semana me encontré con Manuel Merchán en una esquina de una página de periódico. Era un eterno inevitable, olvidado y habitual personaje navideño: el mendigo que se lleva el temporal de nieve.

Los periódicos recogieron la noticia de forma exacta a como se la envió la agencia. Siete líneas peladas: “Protección Civil recomienda llevar ropa de abrigo y un teléfono móvil con batería de recambio a los que salgan a la calle. Nada de eso tenía Manuel Marchán Álvarez, un hombre de 49 años que vivía en la indigencia, acompañado siempre de un cartón de vino, en un céntrico parque de Almendralejo (Badajoz). El lunes apareció muerto por hipotermia en una nave abandonada de su propiedad. Ayuntamientos y organizaciones trabajan para dar resguardo y un plato caliente a los sin techo. Con Manuel no dio tiempo. La ola de frío se lo llevó por delante”.

El intento de alarde literario revela que los periodistas no tenían pajorera idea de quien era el finado, por decirlo finamente. Así que ignoro el encadenamiento de fatalidades que llevaron a Manuel a convertirse en un indigente. Probablemente fuesen pequeños naufragios cotidianos, agravados por un “problema de consumo”, una palabra muy navideña que, en jerga socio-sanitaria, sirve para denominar al abuso de drogas, incluidas las que vienen en tetrabrik.

Mientras rastreaba inútilmente algún dato nuevo sobre la tragedia, me enteré de los secretos de la operación de Belén Esteban contados por su cirujano, su psicólogo y su callista, mientras una mujer saharaui intentaba desesperadamente llamar la atención sobre un problema sangrante y archivado. Pero por más que leí y releí, no fui capaz de dar con más información que el susodicho texto de agencia. Sin embrago, en la noticia hay una frase que se sale del esquema; el indigente tenía propiedades, por lo menos una, la nave donde le encontraron tieso.

No sabemos como llegó allí, pero lo cierto es que, en algún momento de su vida, Manuel había conseguido uno de los principales objetivos del patrón de la antes llamada sociedad de consumo: trabajar, ahorrar, invertir, especular, para tener un sitio donde caerse muerto.