sábado, 12 de febrero de 2011

AMOR BESTIAL


Hace años que él la ronda con sus galanteos, que despliega todas sus artes y sus artimañas de seducción; y ella, como si nada, altiva, severa, le ignora. Cierto que un abismo les separa. La edad, la raza, la clase social, incluso el tamaño, juegan en contra del empecinado galán. Pero nada es obstáculo para el amor apasionado del desconsolado Romeo.
Ella enviudó hace años y desde entonces su vida es un luto riguroso. Él la conoció un buen día de principios de primavera y desde entonces no ha podido arráncasela de la sesera. Es la historia de un desencuentro irremediable. Él la invita a bailar y ella responde con su silencio. Él le lleva regalos y ella los ignora con displicencia.
Y así, cada año por estas fechas, al cumplirse el aniversario de su primer encuentro, él vuelve a soñar con su amor imposible y ella sigue languideciendo en su voluntaria soledad.
Es una historia triste, como suelen serlo las verdaderas historias de amor y podría haber sido un reclamo comercial para los mercachifles que trafican con espeluznantes corazoncitos rojos en los aledaños de San Valentín, sino fuera porque él es un pájaro pequeño, birrioso y amarillento, una oropéndola macho, y ella una cigüeña larga, zancuda y majestuosa, una maguari hembra. El escenario de esta historia de amor no son las medievales calles de Verona, sino un prosaico parque temático de Benidorm. Romeo se llama Schwarcenegger y Julieta se llama Nuez. No es culpa suya, sino de la pedestre imaginación de los cuidadores del parque.
Su historia venía el otro día en una esquina perdida del periódico, del mismo periódico en el que el ayuntamiento de Madrid anunciaba su intención de eliminar la música de la calle, un nuevo desesperado árabe intentaba quemarse a lo bonzo y la enésima mujer moría victima del machismo descerebrado. El mismo periódico que leí en un bar en el que un adicto a Intereconomía bramaba su mala leche delante de un café y le llamaba animal a un ministro, ignorando que le estaba echando un piropo.