sábado, 18 de junio de 2011

Poesía encarcelada


Ayat al-Qarmezi tiene 20 años, Es estudiante y escribe poemas. O al menos así era hasta el pasado mes de marzo, cuando se le ocurrió leer uno de sus poemas en una concentración de protesta en la Plaza de la Perla, en la capital de Bahréin, una plaza que fue arrasada con bulldozers para que no pudiese ser usada como punto de concentración de los que protestaban contra el régimen de rey Ahmad ibn Isa Al Khalifa y familia, a quien iban dirigidos los versos de esta joven de sonrisa cansada.

“Somos el pueblo que matará la humillación y asesinará la miseria. ¿No oyes sus gritos, sus alaridos”. Por frases como esta, Ayat fue acusada de “instigar el odio contra el régimen”. Fue perseguida y detenida. Durante quince días estuvo incomunicada y fue torturada con descargas eléctricas. Ahora ha sido condenada a un año de prisión por un régimen despótico que ya ha liquidado silenciosamente a cuatro opositores detenidos y que ahora juzga a 48 médicos y cirujanos por haber colaborado en las protestas pacíficas de la más corta de las primaveras árabes. La mayoría de esos médicos no hicieron más que curar a los heridos a manos de la policía de unos sátrapas que nada tienen que envidiar al descerebrado Gadafi, pero que tienen la suerte de ser unos fieles aliados de eso que se llama “occidente”.

A estas horas los bonitos ojos negros de Ayat están apagados por las lágrimas y sus labios ya no pronuncian rimas, sino lamentos. Mientras miles de jóvenes inundan nuestras plazas en busca de nuevas y más profundas formas de democracia, ella, otros miles de jóvenes como la poetisa de Bahrein, no tienen más horizontes que las cuatro paredes de una siniestra celda, en la que languidecen entre el silencio de los medios de comunicación, que prefieren el espectáculo de un bombardeo que imponga la democracia a tiros, a una voz que luche por la libertad a golpe de versos.

No conozco más versos de Ayat que los que ya he citado, pero me gustaría formar parte de ese pueblo que matará la humillación y asesinará la miseria. Por el momento me conformo con unir mi voz a las, desgraciadamente escacas, voces que no quieren olvidar a una princesa del pueblo... de las de verdad y no de las que crean artificialmente las revistas del corazón. Por si queréis uniros este coro, podéis hacerlo a través de la página de Anmistia Internacional.

sábado, 11 de junio de 2011

Donde amargan los pepinos


“Cosas veredes, Sancho, que faran fablar a las piedras”. Ahora resulta que eso no viene en ninguna parte del Quijote, como se cree generalmente, sino que es un distorsión del Cantar del Mio Cid. En estos tiempos mutantes, hasta las frases lapidarias han dejado de ser fiables y tienen la misma credibilidad que las promesas de un banco o la palabra de un político. Pero, sea de quien sea el copyright, la frase define bastante bien esta semana del pepino indignado.

Si no vivís en el anillo exterior de Saturno, es probable que sepáis que una irresponsable de la sanidad alemana, de nombre Cornelia Prüfer, en plena diarrea mental acusó a tres pepinos andaluces de ser culpables de haber asesinado a varias personas disparándoles bacterias de E.coli. Las sospechas se extendieron rápidamente a los familiares, vecinos y conocidos de los tres pepinos y a los agricultores españoles acabaron dándoles, en tiempo récord, por donde amarga la tan querida hortaliza. De poco sirvió que los acusados alegaran que eran inocentes, que eran tan solo agua en un 97 por ciento y que, aún así, tenían más vitaminas que un tienda macrobiótica (concretamente Vitamina B1, Vitamina B2, Vitamina B3, Vitamina B5, Vitamina B6, Ácido Fólico, Vitamina C, Calcio, Hierro, Magnesio, Fósforo, Potasio y Zinc.). No sólo no se respetó su presunción de inocencia, sino que Cornelia insistió: “vale, puede que esto no sea culpa suya, pero con esa pinta, seguro que algo habrán hecho”

Era inevitable que se desatase la de Dios. Las tertulias cavernarias se han tirado de cabeza al alarmopatriotismo y ha cundido la histeria, la enésima en lo que va de año, al grito de “esto se hunde, sálvese el que pueda … y que ese sea yo”. Los informativos se han llenado de hoolingans del pepino, los bares se han llenado de tapas de pepino, los famosos han hecho anuncios devorando pepino (en algún caso entero y sin pelar algo de dudoso gusto y doble lectura, ¡pero en fin!). Nunca había visto tanto entusiasmo por un trozo de ensalada. Y, claro, el entusiasmo multitudinario está demasiado cerca de la histeria colectiva. Pronto se empezó a vigilar de reojo, pero estrechamente, a los críticos, desafectos o poco entusiastas del peino, que pasaron al ostracismo y la clandestinidad.

Yo mismo me he guardado muy bien de explicar que los pepinos me sientan como un tiro y que siempre he sido refractario a tan fálica hortaliza. Me he tenido que pintar de verde para pasar desapercibido, no fuera a ser que mi metabolismo me traicionase y me delatase como escasamente patriota, o lo que es aún peor, como antiespañol. Incluso he tenido que cuidar mi lenguaje (y sabéis lo que eso me cuesta), no fuera a soltar en publico un “me importa un pepino” y ser lapidado por una turba de fanáticos del Cucumis Sativus (o sea, la pobre cucurbitácea en cuestión).

Ahora, mientras medio país embala sus pertenencias en cajas de cartón (unos porque abandonan los campamentos de la indignación, y otros porque despejan su despacho municipal para dejárselo limpio al que venga detrás), parece que las cosas se han comenzado a calmar y que han pillado a los verdaderos culpables: unas desalmadas semillas germinadas, perversamente camufladas como brotes tiernos para la ensalada. Por el momento se está investigando sus presuntas relaciones con la cúpula de Anonymous, los disidentes de Bildu y los servicios de inteligencia del Democracia Real Ya.