viernes, 12 de agosto de 2011

La gran evasión


Lo peor del verano somos nosotros mismos, para variar. Somos un bicho que, en la temporada más calurosa e inhóspita del año, lo mejor que se le ocurre es apiñarse todos en los mismos sitios para desvariar de distintas formas y maneras. De ese frenesí ha surgido una industria ancestral y superespecializada: fiestas patronales, verbenas de barrio, gimcanas, pasacalles, partidos de solteros contra casados, festivales musicales, concentraciones (sic), conciertos, botellones, despedidas de soltería, manifestaciones, visitas papales y un larguísimo etcétera que, si se me ocurriese algo más, prolongaría.
Y ahí es donde te espera, agazapada, la pesadilla veraniega. Es prácticamente imposible escabullirte y no sufrir una serie de repetidos encuentros que pueden acabar con el ya inestable equilibrio mental de un bípedo implume de tipo medio. Yo, debo confesarlo, he optado por la técnica cobarde, de la que empiezo a ser un consumado maestro. Hace semanas que me dedico a dar esquinazo, regatear, hacerme el avión y huir como alma que lleva el diablo de una variopinta fauna.
De los presuntos conocidos, a los que no recuerdo haber visto nunca, que me aporrean la espalda mientras me escupen a la cara su alopecia mental y me endilgan delirantes análisis sobre invasiones de extraterrestres extranjeros y conspiraciones para privatizar la donación de órganos.
De las aprendices de Amy Westinghouse que se pintan como puertas y creen que decir cada tres segundos coño, hostia y me cago en la puta es un signo de personalidad y no una exhibición de garrulería palurda.
De los que les das la mano y te arrancan el brazo para batir con él las yemas de sus propios huevos que, evidentemente, son los más grandes del planeta.
De los fachas catastrofistas permanentemente amargados que ya lo veían venir porque el gobierno no se ha suicidado a tiempo.
De los buenrollistas empeñados en abrazarte y sumarte a su causa cósmica a base de empalagosos chupitos de exaltación de la fraternidad universal.
De los que ya lo sabían y de los que a mi que me vas a contar. De los especialistas climáticos y de los expertos en macroeconomía, recién fugados de una tienda china de todo a un euro.
De los patriotas de pueblo, empecinados en que les confirmes por decimonovena vez que como el sitio en el que han nacido por causalidad no hay ningún otro en todo el mundo.
De los que creen que un chandal es elegante, que escupir cáscaras de pipas es repoblación forestal y que el destornillador es una bebida.
En fin, que como todavía queda un mes de veranito, he decidido seguir un curso de yogui (de los de la india, no de los dibujos animados), ya sabéis, un tipo de esos que comen cristales y duermen en clavos. A ver si así consigo un poco de paz espiritual. Caso de no lograrlo, pues... nos vemos en los bares.