miércoles, 14 de septiembre de 2011

Ausencias


A veces la vida parece sacada de un guión de una mala película de arte y desmayo. Andaba yo pesaroso por un ausencia, por un eclipse que me arañaba el alma, por una despedida que no fue, por un abandono virtual. Un persona que quiero y extraño había hecho mutis tras en un mensaje que era la promesa de otro que nunca llegó. Sentado en el metro, rodeado de vidas anónimas, buscaba una razón a un abandono inexplicado, y filosofaba de baratillo sobre mis propias, inaclaradas e inexplicables ausencias. En definitiva, que iba yo mirándome el ombligo de los sentimientos cuando el móvil vibró con la pantalla iluminada con el nombre de un viejo y querido amigo. Una de esas llamadas que encienden una alarma en la parte más encallecida del cerebro. Saludos de rigor e intercambio de datos básicos: seguimos en la brecha a pesar de los pesares, lo mismo digo, aquí estamos, luchando a brazo partido, intentando no perder la sonrisa, en la misma estamos camarada. Luego el dato: Mendi ha muerto, compañero.

Colgué y el tiempo retrocedió a los días de aquel invierno, a la barra de un diminuto garito de Malasaña, regentado por Tomás, el tipo más simpático y mujeriego que he conocido jamás. Un maravilloso tugurio frecuentado por adorables canallas, jóvenes envejecidos, mujeres de rompe y rasga y vividores de toda índole, que lucía el imposible nombre de El Fantasía, o sea, tratándose de Madrid, El Fanta (aunque allí refrescos se consumían más bien pocos).

Recordando a Mendi, a Pele, a Paquito el Bomba, al Filósofo Chiflado, a Toñi, A Chiqui, a Amparo, a Lourdes, a Pilar, al Roquero Amargado y a tantos otros ilustres ausentes, regresé al humo del amado garito, a las tardes de alcohol y risas, a las noches de juergas y delirios, a las veladas de charlas y despropósitos, a los interminables arreglos del mundo, a los amaneceres en cama ajena, a las pantagruélicas comidas dominicales, en fin, a la intensidad de aquellos arrebatados días. Entonces me di cuenta de que iba sonriendo como un imbécil. De golpe se me había borrado la tristontería que me inundaba por unas desapariciones virtuales y las había sustituido por el nostalgigozo de unas ausencias, definitivas unas, reales para siempre todas.

Me gustaría pensar que Mendi viaja por fin en uno de aquellos submarinos que tanto le gustaban, mirando el mundo a través de su descreido periscopio, saboreando un vino de cosecha y recitando los versos de viejos aventureros, riéndose con sus carcajadas de viejo pirata. Prefiero olvidar sus últimos y jodidos años, cuando su ausencia estaba teñida de dolor, oscurecida por las sombras más duras de esta perra vida. Prefiero recordar al disidente empecinado, al ácrata contracorriente, al ilustrado vividor. Prefiero sonreír y pensar que su ausencia no es tal, porque nadie desaparece del todo mientras alguien le recuerda.