miércoles, 12 de octubre de 2011

Los putos blues y la hispanidad


Ayer era un día como otro cualquiera, al menos para mi. Pero resulta que con mi despiste habitual estaba entrando en un día patrio, uno de esos días patrios por excelencia. Pasadas las doce de la noche, aferrado a mi chupito, entraba en el Día de la Hispanidad, nombre rimbombante con el que antes se denominaba al día del Descubrimiento de América.
Ajenos a esas vicisitudes, dos amigos míos presentaban un disco. La criatura se llama “Todo lo hice por los blues” y lleva el subtitulo “Cien por cien en castellano”. Y pensareis, ¡coño que apropiado!. Pues, queridas bestezuelas, para nada. La cosa era un puta casualidad, provocada por una profunda reflexión: lo presentamos el martes, porque el miércoles es fiesta. ¿Qué fiesta?. Ni puñetera idea. La cosa es que en una sala de Barcelona, regentada por un descendiente de gallegos y llamada Rocksound, dos argentinos presentaban un disco que resumía sus escasos treinta años de vida.
Como últimamente hay un exceso de patriotismo, vaya por delante que a los dos individuos en cuestión nunca los reivindicaré como descubrimiento, por muy sudacas que sean, sino como amigos, por muy sudacas que sean, valga la reiteración.
Los “pibes” se llaman Martín y Flavio, Se conocieron allá por principios de los 90 en un campo de fútbol. Los que los conocemos sabemos lo que cuesta imaginárselos vestidos con pantalones cortos y medias a media pierna. Pero hubo un día que fue así. Ambos jugaban en el Club Ferrocarril Oeste, ignoramos con que fortuna balompédica, pero la vida no les había llamado al recto camino del deporte, sino al tortuoso camino del arte, o en su defecto, de la farándula.
Martín era el típico feo encantador que ligaba como un condenado. Flavio era el graciado que no se comía una rosca y tardaba en despegar. Martín era un seductor guitarrista de un grupo de rock adolescente. Su colega Flavio dedujo que ahí estaba la clave del éxito y aprendió a tocar la armónica, porque le pareció el instrumento más fácil.
Una buena noche ambos se subieron a un taxi y la taxista llevaba un casette con música blues. Y allí parió la madre del cordero. Flavio se quedó impactado y, andando el tiempo, se convirtió en Tota. Martín se convirtió en su fiel escudero y devino en lo que ya era: un magnífico guitarrista. Ambos se hartaron de recorrer tugurios arrastrando sus blues, hasta que un buen día pillaron un avión y se vinieron a esta europa/españa/cataluña, cruzando el océano que Colón convirtió en charco y “pasando más miedo que argentino aduana”, según propia confesión.
Aquí las pasaron de todos los colores, desde el verde hasta el morado, hasta que se ¿asentaron?. Ayer estos dos bingueros marrulleros, cumplieron un sueño: demostrar que el blues tiene un idioma propio, pero un sentimiento universal. Martín Merino, el chaval que componía baladas de rock, demostró que lleva dentro un poeta. Tota, ese absoluto Tota Blues, disfrutó como un niño tocando magistralmente aquel instrumento que un día, como al despiste, le cambió la vida.
Durante dos horas nos regalaron canciones que hablan de bares, de mujeres, de borracheras, de desamores, de decepciones, de soledades, incluso, de amores y éxitos. Nos dijeron cosas como , “Olvídate del pasado, consíguete otra mujer”,”Soy un rey de noche y un mendigo de día”, “Tuve una gran mujer pero no tuve tiempo para huir”, “Soy un tipo raro” o “El último whisky”. Por momentos pensaba que estaba escuchando mi propia biografía. A la mañana siguiente, me desperté con un ladrillo en la cabeza y pensando: menos mal que algunos nos han devuelto el puto descubrimiento.

lunes, 3 de octubre de 2011

La última corrida


El otro día vi a un chaval, con los cojones de un torero pegados en la nuca, llorando mientras se lleva al diestro (por cierto, ¿no hay toreros zurdos?) desde la Monumental de Barcelona hasta su hotel (el del torero, no el del porteador, que la cosa cambia mucho). El tipo le gritaba a la cámara que le habían quitado lo más grande y lo mejor que tenía (espero que refiriéndose al cierre de la plaza de toros). Eso pasaba a pocos metros de donde vivo, pero yo lo vi por la tele, que es donde se ven bien las cosas. Pero como soy de natural curioso, salí a la calle a disfrutar con el espectáculo. Por un lado los antitaurinos celebrando el fin de la tortura, por el otro los taurinos llorando por desaparición de una cultura fundamental. Incluso había quien se lamentaba por la perdida de libertad de expresión y casi todos, por una cosa o por la otra, se sentían más patriotas que nunca.

Y os preguntaréis, ¿que tiene que ver esto con la foto de la señora pidiendo en la calle?. Pues resulta que la señora también vive en el barrio, concretamente en la entrada de un tienda que se alquila desde hace un año, y que cientos de personas: taurinos, antitaurinos, escépticos, aburridos, apáticos, achispados, todos sin excepción, pasaron a su lado sin verla. O sin querer verla, como algo que no va con ellos, que a ellos no, que eso le pasa a gente muy desestructurada, sin familia, sin amigos.

La señora de la foto no quiere contar su vida, lo cual me parece muy lógico, pero de su cartel deducimos algunas cosas. No tiene faltas de ortografía, lo que supone un cierto nivel cultural y además indica que el cartel tiene muchas posibilidades de ser verdad. Dice que su marido murió y ella se quedó en la calle, lo cual puede significar que no hace tanto llevaba una vida más o menos normal, si es que tal cosa existe, y de golpe todo se fue al carajo. Su aspecto limpio y las dos maletas grandes, seminuevas y repletas, parecen indicar que la anterior sospecha es cierta y que todavía no ha entrado en la cuenta atrás del vagabundeo. La señora de la foto quizá hace poco tiempo tenía una familia, y no necesariamente desestructurada, quizá tuviera amigos y, eso seguro, en algún momento todo se fue a la mierda. Una situación que a veces está más cerca de lo que pensamos.

Más de diez millones de españoles vive en una situación de “riesgo de pobreza o exclusión total”, en eufemismo que viene decir que las están pasando más putas que Caín para sobrevivir malamente. Diez millones de españoles viene ser casi uno de cada cuatro, por si no os apetece hacer el cálculo Los que mejor lo llevan son los ciudadanos de Navarra, donde el indice de personas al límite es de una de cada diez, y los que peor son los de Melilla, donde están oficialmente hasta el cuello cuatro de cada diez. Esto último lo pongo para que parezca más serio, pero en realidad no aporta casi nada, igual que la mitad de los datos que vomitan en los informativos.

No sé el informe que se llama AROPE, siglas de “At Risk of Poverty and/or Exclusión” (y aquí no os hago la traducción para no insultar a vuestro preclaro intelecto), incluye a muchos de los que están volviendo a casa de sus padres pasada la treintena, e incluso la cuarentena, porque se les ha desmanganillado todo el tenderete, a los que están apurando los últimos cartuchos de los ahorros mientras ven como no venden ni a tiros la vivienda que hace sólo tres días era “una inversión segura que nunca puede perder valor” según los listos de las entidades financieras, a los que se pasan días trabajando en proyectos que nunca cobrarán, o al que está esperando una regulación de empleo o a los que andan por ahí fuera buscándose la vida y ven que como cada día lo tienen más chungo para volver y no engrosar las filas de la precariedad. Pero me temo que no, que esos todavía no están en esa lista. Y si contamos a todos esos que andan, o andamos, por la cuerda floja y sin red, se le eriza a uno el pelo de la nuca.

Y con el pelo de la nuca ya erizado, cuando uno lee lo que dicen y hacen quienes piden nuestros votos prometiendo sacarnos del pozo, es el momento de echarse a llorar... de rabia. Ahí si que la corrida promete ser larga, porque nos toreando como les da la gana, pegan un capotazo tras otro y les está saliendo la faena redonda. Claro que para corrida la que se marcó el otro día el broker de la BBC. Ese si que se quedó a gusto . Lo dijo alto y claro, como en la película de Willy Wilder. Uno: hay quien está aquí sólo para forrarse y para eso hace falta que la mayoría pringue a base de bien. Dos los políticos no mandan un carajo. Tres, esto se hunde, pero sólo para los pringaos, que somos los tontos que miramos al dedo cuando nos señalan la luna.

Como era de prever, al tío le han puesto a caldo, pero no se puede decir que sea un mentiroso ni un hipócrita. La señora de la foto dice que no tiene ninguna opinión sobre el broker susodicho, ni sobre las promesas electorales, ni sobre las primeas de riesgo, ni sobre la desestabilización de la zona euro, ni sobre los recortes presupuestarios, que ella lo que quiere es volver a dormir bajo un techo. Por no tener, ni siquiera tiene opinión sobre el asunto de la última corrida. Aunque a lo mejor la tiene y se la calla. Y a lo mejor se parece mucho a aquello que decía el Guerra (el torero, que no el político): “Más cornás da el hambre”.