miércoles, 30 de noviembre de 2011

Los tontos no lloran


Allá por el año 1983 este país se hallaba sumergido en una severa crisis económica y yo era un jovenzuelo que daba sus primeros y titubeantes pasos en esta ingrata profesión del periodismo. Por entonces iba a comerme al mundo, ignorando si sería capaz de digerir semejante festín. Afortunadamente por entonces aún no se había puesto de moda medirlo todo por su rentabilidad económica y conseguí mi primer trabajo regular, o sea, a mitad de camino entre bueno y malo y con cierta estabilidad, retransmitiendo la Lotería Nacional todos los sábados para una recién nacida emisora municipal de radio de una ciudad que nunca había pisado: L´Hospitalet de Llobregat. Evidentemente la potencia de la emisora, por muy ambiciosa que fuera, no llegaba a Madrid, así que para darme paso en antena mis compañeros me enviaron un micrófono con un cable de varios metros y llamaban por teléfono a una cabina de la sala de prensa del salón de loterías, desde donde me daban paso y yo comenzaba a hablar andando hacia mi mesa.

El resultado inmediato fue que mis colegas de otras emisoras me apodasen Frank Sinatra. Las consecuencias a más largo plazo fueron el desarrollo de una personalidad profesional basada en la escasez de vergüenza y la improvisación por falta de medios técnicos. En los siguientes tres años me convertí en el corresponsal en Madrid, desde donde transmitía las ruedas de prensa de los consejos de ministros de Felipe González desde los teléfonos de los despachos de la Moncloa, las manifestaciones de la reconversión industrial desde cabinas telefónicas de la calle rodeadas por obreros gritando consignas, los primeros debates sobre corrupción política pegando el altavoz de la grabadora a un teléfono de una cabina del congreso o entierros como el del profesor Tierno Galván desde bares donde la gente guardaba un respetuoso silencio sepulcral.

Así me fui curtiendo en la técnica de “buscatelavidachaval”, cosa que me vino al pelo cuando comencé trabajar en empresas más dotadas de infraestructuras. Y os preguntaréis ¿porqué nos endilga éste ahora esta batallita pleistocénica de periodismo ancestral?. Pues, aparte de tirarme un poco el pisto profesional, la cosa viene a cuento porque andando los años acabé recalando de nuevo y por puñetera casualidad, en aquella emisora de Radio L´Hospitalet, esta vez para hacer un divertido programa en compañía de mis compañeros de Bad Music Blues. Durante tres años hemos hecho un programa divertido y disparatado, sin grandes pretensiones y sin mayores preocupaciones, hasta que hace un par de días nos comunicaron que los genios que dirigen el ayuntamiento van a cerrar la emisora.

Recibí la noticia en Sevilla e intenté digerirla mientras paseaba por los Jardines de Murillo, entre parejitas que se arrullaban en la oscuridad y adolescentes que vomitaban a plena luz, o sea, un botellón de medio pelo. Ajeno a tal despliegue de sensibilidad, pensé en Jota, Abadías y el resto de los compañeros que se quedan en la calle, en todos los que algún día tuvieron su primera oportunidad en esa radio y en los que ya nunca la tendrán. Entonces me di cuenta de que se me escapaba una lágrima. Sí, efectivamente, me estaba comportando como un moñas, sobre todo teniendo en cuenta que soy de esa generación a la que le taladraron el entendimiento con lo de que los hombres de verdad no lloran. Afortunadamente, hace mucho tiempo que aprendí que los únicos que no lloran son los tontos. Sin ir más lejos, seguro que no han vertido una lágrima los cráneos privilegiados que han decidido ahorrar en setenta sueldos lo que han despilfarrado durante años en asesores inútiles, fastos innecesarios y dietas insultantes.

No dudo que el ayuntamiento de Hospitalet necesite ahorrar y ajustar sus cuentas, pero no acabo de entender esta moda de buscar una salida a la crisis saneando cuentas públicas a base de incrementar las listas del paro y la precariedad laboral. Puede que el argumento sea, como ya leo en algunos sitios, que una emisora pública sólo es un elemento de propaganda y que hay prioridades más gordas. Puede, pero también es cierto que eso nos es culpa de los currantes, que hay sitios por los que recortar gastos más innecesarios, que a lo mejor lo que sobra son políticos mediocres sin imaginación y que... en fin, yo que se, porque el mosqueo me nubla el entendimiento.

Total, que ahora que se me ha secado la lágrima con la subida de temperatura que da la mala virgen,sólo se me ocurre preguntarle a los inteligentes dirigentes de la hipotética derecha civilizada, la presunta progresia moderada o la anticuada izquierda radical, que planes tienen para los miles de jóvenes periodistas, enfermeros, profesores, técnicos, camareros, lampistas... y presentes y próximos parados en general. ¿Quizá contratarlos de plañideras en el inminente entierro de su futuro?.