El último día del año 2007 me levanté temprano con la peregrina esperanza de poder poner en orden y entregar todos los compromisos laborales que tenía pendientes. Pero las noticias, la malas noticias, también madrugan, igual que las penas flotan o los desamores se repiten.
Como todos los días anteriores, el cóctel informativo mañanero era una medida de atentados mortales, otra de disparates políticos, un chorro de mujeres asesinadas, unas gotas de accidentes varios y un toque final de las inevitables angustias de subsaharianos arrancados del mar en el último momento. Y todo ello servido en un bol caliente de desastre climático.
Mientras ingería el segundo café, decidí seguir naufragando un rato por la programación televisiva.
En un documental medio gastado de tanto repetirlo, nosotros, el inteligente mamífero superior protagonista de las proezas antedichas, habíamos regresado a los orígenes, a nuestro primer aspecto sobre la tierra, para sobrevivir a la catástrofe planetaria que provocó la extinción de los dinosaurios. Teníamos una pinta parecida a una rata y libramos de aquello para irnos adaptando a un nuevo planeta durante dos millones de años. Luego comenzamos a crecer, a cambiar y a adaptarnos al nuevo hogar con millones de formas y aspectos.
Poco a poco, los mamíferos más evolucionados comenzamos a avanzar hacia un nuevo punto y seguido para la Tierra. Nos apoderamos del fuego, del agua, de la piedra, del viento, del sol, de la tierra, de las plantas y del resto de animales, incluidos muchos de la propia especie. Y jugamos con nuestras propiedades hasta que las acabamos destripando y tirando los trozos.
Como no me gusta mucho ponerme a pensar por la mañana, huí hacia la cadena de al lado, donde hablaban de Alonso. Por fin me dispuse a solidarizarme con ese ídolo de masas, maltratado por unos egoístas millonarios, ninguneado por sus propios compañeros mientras se esforzaba por pilotar un artefacto tan caro como inútil. Pero, vana ilusión. No hablaban de aquel Alonso, Fernando, sino de otro Alonso, Pedro, un tipo quejumbroso que pretendía que le diesen más dinero para poder seguir investigando y descubrir la vacuna de la malaria, con la pretensión de aplicársela a millones de mamíferos superiores al borde de la extinción. Decididamente, estaban dispuestos a joderme hasta el último día del año.
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