lunes, 26 de enero de 2009

El Hedor


El hombre de la gabardina leía el periódico ajeno a lo que le rodeaba. Por el parque corrían viejos bronceados intentando alcanzar la longevidad a base de zancadas. Cerca trotaban a saltitos mujeres de edad indefinible procurando evitar que el botox se desparramara sobre el césped.
En la terraza de la esquina unos tipos trajeados tomaban café con gestos robados a sus abuelos y carteras heredadas de sus padres. Parapetados tras las gafas de sol espiaban a las chicas con alma de gimnasio que paseaban por la acera las ilusiones de sus madres.

De los autobuses bajaban y subían tipos anónimos de piel morena y gestos apagados, cargando con bolsas repletas de bienestar ajeno. Unas mujeres achaparradas arrastraban la nostalgia de sus hogares mientras empujaban sillas de ruedas con momias enjoyadas.
Sentados en el respaldo de un banco unos adolescentes con dentaduras de 2.000 euros tecleaban en sus móviles aburrimiento envasado en mensajes para sus amigos del banco de enfrente.

Un hombre con la pulcritud de un traje viejo salió de la boca del metro y desplegó en la acera una biografía resumida en cuatro líneas de letras retorcidas. Súbitamente comenzaron a flotar a su alrededor frases malolientes: “cierre patronal”, “despido fulminante”, “orden d embargo”, “familia sin recursos”, “busco trabajo”.
Al instante una pareja uniformada con el color del orden y la tranquilidad social se acercó a investigar la procedencia de aquel hedor. Con buenas maneras imperiosas dialogaron con el autor del traje viejo que al cabo de un rato se volvió a sumergir cabizbajo en las entrañas del metro.

Recuperada la tranquilidad, el hombre de la gabardina volvió a sumergirse en el periódico para acabar de leer la noticia llena de letras perfectas y ordenadas: “La banca corta el préstamo al ladrillo, el consumo y ‘pymes’ de varios sectores. Aumenta la precariedad y rebrota la economía sumergida”. Todo volvió a la normalidad.