martes, 13 de diciembre de 2011

No me líes más


Llevamos casi 25 días con un gobierno provisional, que para el caso es lo mismo que sin gobierno y aquí no ha pasado nada, o mejor dicho, casi estamos más tranquilos que antes, cosa que demuestra para lo poco que sirven los gobiernos y quien manda realmente aquí: Merkozí y los Mercados, que aunque lo parezca, no es un grupo de rock.

Son 552 horas de amenazas con la que se avecina, de rumores sobre catastróficos recortes sociales y de genuflexiones de nuestros presuntos mandamases ante los absolutos mandatodo del dinero. Son 33.120 minutos desde que la más patética de nuestras patéticas campañas electorales acabó en un jornada de reflexión que tuve la fortuna de celebrar con una noche de música y juerga con amigos y colegas. Y digo la fortuna, porque no sólo me lo pasé como un enano, con perdón de los acondroplásicos, si no que además tuve unas afortunadas revelaciones políticas fruto a la par de la ingesta de bebidas espirituosas y de las letras de los dos grupos del concierto: Don Vito y Aerostato.

La cosa tenía como escenario la Sala Begood de Barcelona, donde convocados por los perros verdes de Groc Dog, nos dimos cita un puñado de viejos amigos que nos abrazamos entusiásticamente y nos deleitamos con las dos bandas (nunca mejor dicho) que actuaron. Aerostato venían de Madrid, liderados por Ángel Carmona, el conductor del programa de Radio 3, “Hoy Empieza Todo”, que reconoceréis que es un nombre que venía al pelo para tal noche. Los aerostatos derrocharon verborrea, desfachatez y buena música, con letras lisérgicas que hablan del año nuevo chino, la sopa o la vida propia del mobiliario doméstico. Mi cráneo privilegiado captó de inmediato el mensaje: se acercan tiempos delirantes en los que unos cuantos seguirán viviendo de la sopa boba y viene una nueva remesa dispuesta a arramblar hasta con los muebles, mientras nos amenizan con cuentos... chinos, por supuesto.

Por si no fuera un mensaje lo suficientemente diáfano, los Don Vito se encargaron de despejar mis últimas dudas. Camil, Mariano y Juan, vestidos con una elegancia impecable, como corresponde a unos fieles seguidores del “capo di tutti capi”, desplegaron ante mis orejas un alud de sabiduría del que tardé varios días en recuperarme, San Bourbon mediante. Para muestra, el botón de su tema Miedo, que habla de “políticos canallas, empresarios sin agallas, banqueros reprimidos, hipotecas impagables, prestamos derrochadores, desacuerdo entre regiones.... fabricando miedo, despidiendo corazones”. Por si no se entendía bien, que hay mucho torpe suelto, su tema estrella de la noche fue “No me líes más”, una frase que, llamame tiquismiquis, me suena dentro del cráneo, al más puro estilo Homer Simpson, cada vez que escucho a un político.

Quizá penséis que tengo un rostro que me lo piso al endilgaros una crónica de un concierto de hace casi un mes.. y tenéis razón. Pero a parte de que se lo debía a mis Don Vito del alma y los Groc Dog de mi corazón, ayer se me iluminó el cerebelo cuando leí unas declaraciones de nuestro inminente presidente que rezaban (y va sin segundas): “Lo que no va a entender la gente es que se hagan cosas de las que tengamos que avergonzarnos..... estas son las propuestas razonables, podía haber habido otras, pero hay que proponer, como todo el mundo sabe, lo que hay que proponer”. Ante tal despliegue de sapiencia comencé a derramar lágrimas de agradecimiento por semejante guía y luz en los próximos años y decidí compartir con vosotros este embrollo de deterioro mental que he desarrollado desde la jornada de reflexión y que, como los mandamientos, se resumen en dos: tenemos lo que nos merecemos y aquí pasará lo que tenga que pasar.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Los tontos no lloran


Allá por el año 1983 este país se hallaba sumergido en una severa crisis económica y yo era un jovenzuelo que daba sus primeros y titubeantes pasos en esta ingrata profesión del periodismo. Por entonces iba a comerme al mundo, ignorando si sería capaz de digerir semejante festín. Afortunadamente por entonces aún no se había puesto de moda medirlo todo por su rentabilidad económica y conseguí mi primer trabajo regular, o sea, a mitad de camino entre bueno y malo y con cierta estabilidad, retransmitiendo la Lotería Nacional todos los sábados para una recién nacida emisora municipal de radio de una ciudad que nunca había pisado: L´Hospitalet de Llobregat. Evidentemente la potencia de la emisora, por muy ambiciosa que fuera, no llegaba a Madrid, así que para darme paso en antena mis compañeros me enviaron un micrófono con un cable de varios metros y llamaban por teléfono a una cabina de la sala de prensa del salón de loterías, desde donde me daban paso y yo comenzaba a hablar andando hacia mi mesa.

El resultado inmediato fue que mis colegas de otras emisoras me apodasen Frank Sinatra. Las consecuencias a más largo plazo fueron el desarrollo de una personalidad profesional basada en la escasez de vergüenza y la improvisación por falta de medios técnicos. En los siguientes tres años me convertí en el corresponsal en Madrid, desde donde transmitía las ruedas de prensa de los consejos de ministros de Felipe González desde los teléfonos de los despachos de la Moncloa, las manifestaciones de la reconversión industrial desde cabinas telefónicas de la calle rodeadas por obreros gritando consignas, los primeros debates sobre corrupción política pegando el altavoz de la grabadora a un teléfono de una cabina del congreso o entierros como el del profesor Tierno Galván desde bares donde la gente guardaba un respetuoso silencio sepulcral.

Así me fui curtiendo en la técnica de “buscatelavidachaval”, cosa que me vino al pelo cuando comencé trabajar en empresas más dotadas de infraestructuras. Y os preguntaréis ¿porqué nos endilga éste ahora esta batallita pleistocénica de periodismo ancestral?. Pues, aparte de tirarme un poco el pisto profesional, la cosa viene a cuento porque andando los años acabé recalando de nuevo y por puñetera casualidad, en aquella emisora de Radio L´Hospitalet, esta vez para hacer un divertido programa en compañía de mis compañeros de Bad Music Blues. Durante tres años hemos hecho un programa divertido y disparatado, sin grandes pretensiones y sin mayores preocupaciones, hasta que hace un par de días nos comunicaron que los genios que dirigen el ayuntamiento van a cerrar la emisora.

Recibí la noticia en Sevilla e intenté digerirla mientras paseaba por los Jardines de Murillo, entre parejitas que se arrullaban en la oscuridad y adolescentes que vomitaban a plena luz, o sea, un botellón de medio pelo. Ajeno a tal despliegue de sensibilidad, pensé en Jota, Abadías y el resto de los compañeros que se quedan en la calle, en todos los que algún día tuvieron su primera oportunidad en esa radio y en los que ya nunca la tendrán. Entonces me di cuenta de que se me escapaba una lágrima. Sí, efectivamente, me estaba comportando como un moñas, sobre todo teniendo en cuenta que soy de esa generación a la que le taladraron el entendimiento con lo de que los hombres de verdad no lloran. Afortunadamente, hace mucho tiempo que aprendí que los únicos que no lloran son los tontos. Sin ir más lejos, seguro que no han vertido una lágrima los cráneos privilegiados que han decidido ahorrar en setenta sueldos lo que han despilfarrado durante años en asesores inútiles, fastos innecesarios y dietas insultantes.

No dudo que el ayuntamiento de Hospitalet necesite ahorrar y ajustar sus cuentas, pero no acabo de entender esta moda de buscar una salida a la crisis saneando cuentas públicas a base de incrementar las listas del paro y la precariedad laboral. Puede que el argumento sea, como ya leo en algunos sitios, que una emisora pública sólo es un elemento de propaganda y que hay prioridades más gordas. Puede, pero también es cierto que eso nos es culpa de los currantes, que hay sitios por los que recortar gastos más innecesarios, que a lo mejor lo que sobra son políticos mediocres sin imaginación y que... en fin, yo que se, porque el mosqueo me nubla el entendimiento.

Total, que ahora que se me ha secado la lágrima con la subida de temperatura que da la mala virgen,sólo se me ocurre preguntarle a los inteligentes dirigentes de la hipotética derecha civilizada, la presunta progresia moderada o la anticuada izquierda radical, que planes tienen para los miles de jóvenes periodistas, enfermeros, profesores, técnicos, camareros, lampistas... y presentes y próximos parados en general. ¿Quizá contratarlos de plañideras en el inminente entierro de su futuro?.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Los putos blues y la hispanidad


Ayer era un día como otro cualquiera, al menos para mi. Pero resulta que con mi despiste habitual estaba entrando en un día patrio, uno de esos días patrios por excelencia. Pasadas las doce de la noche, aferrado a mi chupito, entraba en el Día de la Hispanidad, nombre rimbombante con el que antes se denominaba al día del Descubrimiento de América.
Ajenos a esas vicisitudes, dos amigos míos presentaban un disco. La criatura se llama “Todo lo hice por los blues” y lleva el subtitulo “Cien por cien en castellano”. Y pensareis, ¡coño que apropiado!. Pues, queridas bestezuelas, para nada. La cosa era un puta casualidad, provocada por una profunda reflexión: lo presentamos el martes, porque el miércoles es fiesta. ¿Qué fiesta?. Ni puñetera idea. La cosa es que en una sala de Barcelona, regentada por un descendiente de gallegos y llamada Rocksound, dos argentinos presentaban un disco que resumía sus escasos treinta años de vida.
Como últimamente hay un exceso de patriotismo, vaya por delante que a los dos individuos en cuestión nunca los reivindicaré como descubrimiento, por muy sudacas que sean, sino como amigos, por muy sudacas que sean, valga la reiteración.
Los “pibes” se llaman Martín y Flavio, Se conocieron allá por principios de los 90 en un campo de fútbol. Los que los conocemos sabemos lo que cuesta imaginárselos vestidos con pantalones cortos y medias a media pierna. Pero hubo un día que fue así. Ambos jugaban en el Club Ferrocarril Oeste, ignoramos con que fortuna balompédica, pero la vida no les había llamado al recto camino del deporte, sino al tortuoso camino del arte, o en su defecto, de la farándula.
Martín era el típico feo encantador que ligaba como un condenado. Flavio era el graciado que no se comía una rosca y tardaba en despegar. Martín era un seductor guitarrista de un grupo de rock adolescente. Su colega Flavio dedujo que ahí estaba la clave del éxito y aprendió a tocar la armónica, porque le pareció el instrumento más fácil.
Una buena noche ambos se subieron a un taxi y la taxista llevaba un casette con música blues. Y allí parió la madre del cordero. Flavio se quedó impactado y, andando el tiempo, se convirtió en Tota. Martín se convirtió en su fiel escudero y devino en lo que ya era: un magnífico guitarrista. Ambos se hartaron de recorrer tugurios arrastrando sus blues, hasta que un buen día pillaron un avión y se vinieron a esta europa/españa/cataluña, cruzando el océano que Colón convirtió en charco y “pasando más miedo que argentino aduana”, según propia confesión.
Aquí las pasaron de todos los colores, desde el verde hasta el morado, hasta que se ¿asentaron?. Ayer estos dos bingueros marrulleros, cumplieron un sueño: demostrar que el blues tiene un idioma propio, pero un sentimiento universal. Martín Merino, el chaval que componía baladas de rock, demostró que lleva dentro un poeta. Tota, ese absoluto Tota Blues, disfrutó como un niño tocando magistralmente aquel instrumento que un día, como al despiste, le cambió la vida.
Durante dos horas nos regalaron canciones que hablan de bares, de mujeres, de borracheras, de desamores, de decepciones, de soledades, incluso, de amores y éxitos. Nos dijeron cosas como , “Olvídate del pasado, consíguete otra mujer”,”Soy un rey de noche y un mendigo de día”, “Tuve una gran mujer pero no tuve tiempo para huir”, “Soy un tipo raro” o “El último whisky”. Por momentos pensaba que estaba escuchando mi propia biografía. A la mañana siguiente, me desperté con un ladrillo en la cabeza y pensando: menos mal que algunos nos han devuelto el puto descubrimiento.

lunes, 3 de octubre de 2011

La última corrida


El otro día vi a un chaval, con los cojones de un torero pegados en la nuca, llorando mientras se lleva al diestro (por cierto, ¿no hay toreros zurdos?) desde la Monumental de Barcelona hasta su hotel (el del torero, no el del porteador, que la cosa cambia mucho). El tipo le gritaba a la cámara que le habían quitado lo más grande y lo mejor que tenía (espero que refiriéndose al cierre de la plaza de toros). Eso pasaba a pocos metros de donde vivo, pero yo lo vi por la tele, que es donde se ven bien las cosas. Pero como soy de natural curioso, salí a la calle a disfrutar con el espectáculo. Por un lado los antitaurinos celebrando el fin de la tortura, por el otro los taurinos llorando por desaparición de una cultura fundamental. Incluso había quien se lamentaba por la perdida de libertad de expresión y casi todos, por una cosa o por la otra, se sentían más patriotas que nunca.

Y os preguntaréis, ¿que tiene que ver esto con la foto de la señora pidiendo en la calle?. Pues resulta que la señora también vive en el barrio, concretamente en la entrada de un tienda que se alquila desde hace un año, y que cientos de personas: taurinos, antitaurinos, escépticos, aburridos, apáticos, achispados, todos sin excepción, pasaron a su lado sin verla. O sin querer verla, como algo que no va con ellos, que a ellos no, que eso le pasa a gente muy desestructurada, sin familia, sin amigos.

La señora de la foto no quiere contar su vida, lo cual me parece muy lógico, pero de su cartel deducimos algunas cosas. No tiene faltas de ortografía, lo que supone un cierto nivel cultural y además indica que el cartel tiene muchas posibilidades de ser verdad. Dice que su marido murió y ella se quedó en la calle, lo cual puede significar que no hace tanto llevaba una vida más o menos normal, si es que tal cosa existe, y de golpe todo se fue al carajo. Su aspecto limpio y las dos maletas grandes, seminuevas y repletas, parecen indicar que la anterior sospecha es cierta y que todavía no ha entrado en la cuenta atrás del vagabundeo. La señora de la foto quizá hace poco tiempo tenía una familia, y no necesariamente desestructurada, quizá tuviera amigos y, eso seguro, en algún momento todo se fue a la mierda. Una situación que a veces está más cerca de lo que pensamos.

Más de diez millones de españoles vive en una situación de “riesgo de pobreza o exclusión total”, en eufemismo que viene decir que las están pasando más putas que Caín para sobrevivir malamente. Diez millones de españoles viene ser casi uno de cada cuatro, por si no os apetece hacer el cálculo Los que mejor lo llevan son los ciudadanos de Navarra, donde el indice de personas al límite es de una de cada diez, y los que peor son los de Melilla, donde están oficialmente hasta el cuello cuatro de cada diez. Esto último lo pongo para que parezca más serio, pero en realidad no aporta casi nada, igual que la mitad de los datos que vomitan en los informativos.

No sé el informe que se llama AROPE, siglas de “At Risk of Poverty and/or Exclusión” (y aquí no os hago la traducción para no insultar a vuestro preclaro intelecto), incluye a muchos de los que están volviendo a casa de sus padres pasada la treintena, e incluso la cuarentena, porque se les ha desmanganillado todo el tenderete, a los que están apurando los últimos cartuchos de los ahorros mientras ven como no venden ni a tiros la vivienda que hace sólo tres días era “una inversión segura que nunca puede perder valor” según los listos de las entidades financieras, a los que se pasan días trabajando en proyectos que nunca cobrarán, o al que está esperando una regulación de empleo o a los que andan por ahí fuera buscándose la vida y ven que como cada día lo tienen más chungo para volver y no engrosar las filas de la precariedad. Pero me temo que no, que esos todavía no están en esa lista. Y si contamos a todos esos que andan, o andamos, por la cuerda floja y sin red, se le eriza a uno el pelo de la nuca.

Y con el pelo de la nuca ya erizado, cuando uno lee lo que dicen y hacen quienes piden nuestros votos prometiendo sacarnos del pozo, es el momento de echarse a llorar... de rabia. Ahí si que la corrida promete ser larga, porque nos toreando como les da la gana, pegan un capotazo tras otro y les está saliendo la faena redonda. Claro que para corrida la que se marcó el otro día el broker de la BBC. Ese si que se quedó a gusto . Lo dijo alto y claro, como en la película de Willy Wilder. Uno: hay quien está aquí sólo para forrarse y para eso hace falta que la mayoría pringue a base de bien. Dos los políticos no mandan un carajo. Tres, esto se hunde, pero sólo para los pringaos, que somos los tontos que miramos al dedo cuando nos señalan la luna.

Como era de prever, al tío le han puesto a caldo, pero no se puede decir que sea un mentiroso ni un hipócrita. La señora de la foto dice que no tiene ninguna opinión sobre el broker susodicho, ni sobre las promesas electorales, ni sobre las primeas de riesgo, ni sobre la desestabilización de la zona euro, ni sobre los recortes presupuestarios, que ella lo que quiere es volver a dormir bajo un techo. Por no tener, ni siquiera tiene opinión sobre el asunto de la última corrida. Aunque a lo mejor la tiene y se la calla. Y a lo mejor se parece mucho a aquello que decía el Guerra (el torero, que no el político): “Más cornás da el hambre”.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Ausencias


A veces la vida parece sacada de un guión de una mala película de arte y desmayo. Andaba yo pesaroso por un ausencia, por un eclipse que me arañaba el alma, por una despedida que no fue, por un abandono virtual. Un persona que quiero y extraño había hecho mutis tras en un mensaje que era la promesa de otro que nunca llegó. Sentado en el metro, rodeado de vidas anónimas, buscaba una razón a un abandono inexplicado, y filosofaba de baratillo sobre mis propias, inaclaradas e inexplicables ausencias. En definitiva, que iba yo mirándome el ombligo de los sentimientos cuando el móvil vibró con la pantalla iluminada con el nombre de un viejo y querido amigo. Una de esas llamadas que encienden una alarma en la parte más encallecida del cerebro. Saludos de rigor e intercambio de datos básicos: seguimos en la brecha a pesar de los pesares, lo mismo digo, aquí estamos, luchando a brazo partido, intentando no perder la sonrisa, en la misma estamos camarada. Luego el dato: Mendi ha muerto, compañero.

Colgué y el tiempo retrocedió a los días de aquel invierno, a la barra de un diminuto garito de Malasaña, regentado por Tomás, el tipo más simpático y mujeriego que he conocido jamás. Un maravilloso tugurio frecuentado por adorables canallas, jóvenes envejecidos, mujeres de rompe y rasga y vividores de toda índole, que lucía el imposible nombre de El Fantasía, o sea, tratándose de Madrid, El Fanta (aunque allí refrescos se consumían más bien pocos).

Recordando a Mendi, a Pele, a Paquito el Bomba, al Filósofo Chiflado, a Toñi, A Chiqui, a Amparo, a Lourdes, a Pilar, al Roquero Amargado y a tantos otros ilustres ausentes, regresé al humo del amado garito, a las tardes de alcohol y risas, a las noches de juergas y delirios, a las veladas de charlas y despropósitos, a los interminables arreglos del mundo, a los amaneceres en cama ajena, a las pantagruélicas comidas dominicales, en fin, a la intensidad de aquellos arrebatados días. Entonces me di cuenta de que iba sonriendo como un imbécil. De golpe se me había borrado la tristontería que me inundaba por unas desapariciones virtuales y las había sustituido por el nostalgigozo de unas ausencias, definitivas unas, reales para siempre todas.

Me gustaría pensar que Mendi viaja por fin en uno de aquellos submarinos que tanto le gustaban, mirando el mundo a través de su descreido periscopio, saboreando un vino de cosecha y recitando los versos de viejos aventureros, riéndose con sus carcajadas de viejo pirata. Prefiero olvidar sus últimos y jodidos años, cuando su ausencia estaba teñida de dolor, oscurecida por las sombras más duras de esta perra vida. Prefiero recordar al disidente empecinado, al ácrata contracorriente, al ilustrado vividor. Prefiero sonreír y pensar que su ausencia no es tal, porque nadie desaparece del todo mientras alguien le recuerda.

viernes, 12 de agosto de 2011

La gran evasión


Lo peor del verano somos nosotros mismos, para variar. Somos un bicho que, en la temporada más calurosa e inhóspita del año, lo mejor que se le ocurre es apiñarse todos en los mismos sitios para desvariar de distintas formas y maneras. De ese frenesí ha surgido una industria ancestral y superespecializada: fiestas patronales, verbenas de barrio, gimcanas, pasacalles, partidos de solteros contra casados, festivales musicales, concentraciones (sic), conciertos, botellones, despedidas de soltería, manifestaciones, visitas papales y un larguísimo etcétera que, si se me ocurriese algo más, prolongaría.
Y ahí es donde te espera, agazapada, la pesadilla veraniega. Es prácticamente imposible escabullirte y no sufrir una serie de repetidos encuentros que pueden acabar con el ya inestable equilibrio mental de un bípedo implume de tipo medio. Yo, debo confesarlo, he optado por la técnica cobarde, de la que empiezo a ser un consumado maestro. Hace semanas que me dedico a dar esquinazo, regatear, hacerme el avión y huir como alma que lleva el diablo de una variopinta fauna.
De los presuntos conocidos, a los que no recuerdo haber visto nunca, que me aporrean la espalda mientras me escupen a la cara su alopecia mental y me endilgan delirantes análisis sobre invasiones de extraterrestres extranjeros y conspiraciones para privatizar la donación de órganos.
De las aprendices de Amy Westinghouse que se pintan como puertas y creen que decir cada tres segundos coño, hostia y me cago en la puta es un signo de personalidad y no una exhibición de garrulería palurda.
De los que les das la mano y te arrancan el brazo para batir con él las yemas de sus propios huevos que, evidentemente, son los más grandes del planeta.
De los fachas catastrofistas permanentemente amargados que ya lo veían venir porque el gobierno no se ha suicidado a tiempo.
De los buenrollistas empeñados en abrazarte y sumarte a su causa cósmica a base de empalagosos chupitos de exaltación de la fraternidad universal.
De los que ya lo sabían y de los que a mi que me vas a contar. De los especialistas climáticos y de los expertos en macroeconomía, recién fugados de una tienda china de todo a un euro.
De los patriotas de pueblo, empecinados en que les confirmes por decimonovena vez que como el sitio en el que han nacido por causalidad no hay ningún otro en todo el mundo.
De los que creen que un chandal es elegante, que escupir cáscaras de pipas es repoblación forestal y que el destornillador es una bebida.
En fin, que como todavía queda un mes de veranito, he decidido seguir un curso de yogui (de los de la india, no de los dibujos animados), ya sabéis, un tipo de esos que comen cristales y duermen en clavos. A ver si así consigo un poco de paz espiritual. Caso de no lograrlo, pues... nos vemos en los bares.




sábado, 16 de julio de 2011

La Realidad


Hace muchos años llegué a La Realidad. No, no es que me hubiese dado un rapto de sensatez y coherencia vital, del que que el diablo me libre. No, a donde llegué fue a una pequeña aldea en medio de la Selva Lacandona, en México, donde los zapatistas habían establecido su capital operativa. Por entonces aún era yo un periodista ilusionado y pensaba conectar con la revolución del momento. De la revolución lo cierto es que no vi mucho, pero me pasé una semana conviviendo por primera vez con unos auténticos indígenas del entonces llamado tercer mundo. Como no me dejaban moverme más allá de unos cien metros cuadrados, me convertí en un especialista en matar el tiempo.

Y en esas estaba yo una tarde, aburrido como un galápago, cuando a mi lado se sentó un indio con una sonrisa tan grande como su mostacho y el inevitable machete al cinto. Después de diez minutos de riguroso silencio, me preguntó de donde venía y si mi casa estaba muy lejos. Ya he dicho que era joven, pero sobre todo era ignorante de aquellas lides, así que me puse a explicarle que vivía al otro lado del océano, que éste era un enorme río que llevaba varios días cruzar a pié (porque el hombre insistió en saberlo, no porque se me hubiese ocurrido a mi tal explicación), y que cuando en su casa era de día, en la mía era de noche (eso sí fue de mi cosecha). El tipo sonrió, saludó con la cabeza y se largó. A partir de ese momento me convertí en la atracción de la aldea, No había tarde en que uno de los vecinos no se sentase a mi lado, con una sonrisa de oreja a oreja y soltase la misma pregunta. “¿Así que usted vive en un sitio que es de noche cuando aquí es día y que hay un río que lleva varios días cruzar?”

Aparte de aprender que hay veces que es mejor pensárselo dos veces antes de abrir la boca, en La Realidad me di cuenta por primera vez, que en este mundo hay muchas realidades distintas y que cada cual vive en la suya. Recordé esto cuando el otro día leí en la prensa que un cubano llamado Adonis había muerto cuando intentaba llegar a España oculto en el tren de aterrizaje de un avión. Había muerto asfixiado y congelado cuando trataba de cruzar ese mismo océano que tanta incredulidad creaba a mis amigos de la Selva Lacandona. Había muerto cuando buscaba un paraíso que había intuido en los canales vía satélite de televisión, que había observado en las calles de su ciudad, por donde se paseaban extranjeros vestidos de mamarrachos, a los que parecía sobrarles el tiempo y el dinero.

Algunos dicen que viajaba en busca de la libertad. Yo creo humildemente que la realidad es que Adonis quería huir al sitio en que viven algunos de los que iban dentro del avión, solo unos metros más arriba; tipos repelentes e impresentables, a los que en su pueblo no dirige la mirada ni la menos agraciada del lugar, que se ufanaban de las espectaculares mulatas que se habían “ligado” a golpe de billetera, atiborrándose de ron y de presuntas proezas sexuales.

Claro que él no sabía que muchos de esos patosos no regresaban a su casa, sino a la que les deja tener el banco mientras siguen soltando una pasta indecente, conseguida a base de poner el culo y trabajar como un asnos (a cada uno lo suyo). Tampoco sabía que, probablemente, para alguno serían sus últimas vacaciones y, quién sabe, su último polvo con una señora de buen ver, porque habían viajado con un dinero que no era suyo, sino de unos señores que se llaman “mercados”. Y seguramente ignoraba que todo aquel alarde de poderío y chulería del que habían hecho gala en el trópico, se quedaría en un triste balbuceo de excusas cuando se tuviesen que enfrentar de nuevo a su jefe y puede que hasta a su mujer; y que aquella generosidad y buen rollo que habían derrochado con negros y mulatos de toda edad y condición, se volvería en desprecio hacia cualquiera de piel oscura y acento extranjero, en cuanto pisase las aceras de su barrio.

Si Adonis hubiese sobrevivido a su descabellado intento, hubiese descubierto que nuestra realidad es mucho más cutre de lo que el se había imaginado, que aquí no atamos los perros con longanizas, que nuestra sociedad está al bode de la caducidad y que sobrevivir significa tragar mierda y decir amén cada vez que los que tiene la sartén por el mango nos sueltan unas migajas del pastel. No le dio tiempo. Se murió congelado a miles de metros de altura, cruzando un océano de falsas esperanzas, soñando con una realidad que no existe, por mucho que algunos se empeñen en venderla envuelta en papel de regalo.

sábado, 18 de junio de 2011

Poesía encarcelada


Ayat al-Qarmezi tiene 20 años, Es estudiante y escribe poemas. O al menos así era hasta el pasado mes de marzo, cuando se le ocurrió leer uno de sus poemas en una concentración de protesta en la Plaza de la Perla, en la capital de Bahréin, una plaza que fue arrasada con bulldozers para que no pudiese ser usada como punto de concentración de los que protestaban contra el régimen de rey Ahmad ibn Isa Al Khalifa y familia, a quien iban dirigidos los versos de esta joven de sonrisa cansada.

“Somos el pueblo que matará la humillación y asesinará la miseria. ¿No oyes sus gritos, sus alaridos”. Por frases como esta, Ayat fue acusada de “instigar el odio contra el régimen”. Fue perseguida y detenida. Durante quince días estuvo incomunicada y fue torturada con descargas eléctricas. Ahora ha sido condenada a un año de prisión por un régimen despótico que ya ha liquidado silenciosamente a cuatro opositores detenidos y que ahora juzga a 48 médicos y cirujanos por haber colaborado en las protestas pacíficas de la más corta de las primaveras árabes. La mayoría de esos médicos no hicieron más que curar a los heridos a manos de la policía de unos sátrapas que nada tienen que envidiar al descerebrado Gadafi, pero que tienen la suerte de ser unos fieles aliados de eso que se llama “occidente”.

A estas horas los bonitos ojos negros de Ayat están apagados por las lágrimas y sus labios ya no pronuncian rimas, sino lamentos. Mientras miles de jóvenes inundan nuestras plazas en busca de nuevas y más profundas formas de democracia, ella, otros miles de jóvenes como la poetisa de Bahrein, no tienen más horizontes que las cuatro paredes de una siniestra celda, en la que languidecen entre el silencio de los medios de comunicación, que prefieren el espectáculo de un bombardeo que imponga la democracia a tiros, a una voz que luche por la libertad a golpe de versos.

No conozco más versos de Ayat que los que ya he citado, pero me gustaría formar parte de ese pueblo que matará la humillación y asesinará la miseria. Por el momento me conformo con unir mi voz a las, desgraciadamente escacas, voces que no quieren olvidar a una princesa del pueblo... de las de verdad y no de las que crean artificialmente las revistas del corazón. Por si queréis uniros este coro, podéis hacerlo a través de la página de Anmistia Internacional.

sábado, 11 de junio de 2011

Donde amargan los pepinos


“Cosas veredes, Sancho, que faran fablar a las piedras”. Ahora resulta que eso no viene en ninguna parte del Quijote, como se cree generalmente, sino que es un distorsión del Cantar del Mio Cid. En estos tiempos mutantes, hasta las frases lapidarias han dejado de ser fiables y tienen la misma credibilidad que las promesas de un banco o la palabra de un político. Pero, sea de quien sea el copyright, la frase define bastante bien esta semana del pepino indignado.

Si no vivís en el anillo exterior de Saturno, es probable que sepáis que una irresponsable de la sanidad alemana, de nombre Cornelia Prüfer, en plena diarrea mental acusó a tres pepinos andaluces de ser culpables de haber asesinado a varias personas disparándoles bacterias de E.coli. Las sospechas se extendieron rápidamente a los familiares, vecinos y conocidos de los tres pepinos y a los agricultores españoles acabaron dándoles, en tiempo récord, por donde amarga la tan querida hortaliza. De poco sirvió que los acusados alegaran que eran inocentes, que eran tan solo agua en un 97 por ciento y que, aún así, tenían más vitaminas que un tienda macrobiótica (concretamente Vitamina B1, Vitamina B2, Vitamina B3, Vitamina B5, Vitamina B6, Ácido Fólico, Vitamina C, Calcio, Hierro, Magnesio, Fósforo, Potasio y Zinc.). No sólo no se respetó su presunción de inocencia, sino que Cornelia insistió: “vale, puede que esto no sea culpa suya, pero con esa pinta, seguro que algo habrán hecho”

Era inevitable que se desatase la de Dios. Las tertulias cavernarias se han tirado de cabeza al alarmopatriotismo y ha cundido la histeria, la enésima en lo que va de año, al grito de “esto se hunde, sálvese el que pueda … y que ese sea yo”. Los informativos se han llenado de hoolingans del pepino, los bares se han llenado de tapas de pepino, los famosos han hecho anuncios devorando pepino (en algún caso entero y sin pelar algo de dudoso gusto y doble lectura, ¡pero en fin!). Nunca había visto tanto entusiasmo por un trozo de ensalada. Y, claro, el entusiasmo multitudinario está demasiado cerca de la histeria colectiva. Pronto se empezó a vigilar de reojo, pero estrechamente, a los críticos, desafectos o poco entusiastas del peino, que pasaron al ostracismo y la clandestinidad.

Yo mismo me he guardado muy bien de explicar que los pepinos me sientan como un tiro y que siempre he sido refractario a tan fálica hortaliza. Me he tenido que pintar de verde para pasar desapercibido, no fuera a ser que mi metabolismo me traicionase y me delatase como escasamente patriota, o lo que es aún peor, como antiespañol. Incluso he tenido que cuidar mi lenguaje (y sabéis lo que eso me cuesta), no fuera a soltar en publico un “me importa un pepino” y ser lapidado por una turba de fanáticos del Cucumis Sativus (o sea, la pobre cucurbitácea en cuestión).

Ahora, mientras medio país embala sus pertenencias en cajas de cartón (unos porque abandonan los campamentos de la indignación, y otros porque despejan su despacho municipal para dejárselo limpio al que venga detrás), parece que las cosas se han comenzado a calmar y que han pillado a los verdaderos culpables: unas desalmadas semillas germinadas, perversamente camufladas como brotes tiernos para la ensalada. Por el momento se está investigando sus presuntas relaciones con la cúpula de Anonymous, los disidentes de Bildu y los servicios de inteligencia del Democracia Real Ya.

martes, 31 de mayo de 2011

La Inopia


Han pasado poco más de dos semanas y parece que hace un siglo que comenzó el follón de los indignados en nuestras plazas mayores. En este tiempo el 15 M se ha hecho mundialmente famoso y ahora mismo decide su futuro. Mientras, los partidos han pasado por varios estados: primero se han quedado con cara de paisaje, luego se han asustado sin reconocerlo, luego han menospreciado a esos “chiflados de la democracia” y han acabado por darles la espalda y seguir a su bola, como si no pasase nada. A lo mejor hay uno que ha leído El Quijote y les ha pasado al resto la consigna en sms: “Ladran, Sancho, luego cabalgamos”.

En el PSOE están muy ocupados convirtiendo a Carmen Chacón en Cenicienta abnegada y a Rubalcaba en la Madrastra que ponga orden en el baile, mientras sigue tocando la orquesta del Titanic. Y claro, con todo ese follón no se escucha el ruido de la calle.
En el PP todavía se están recuperando de la resaca de las celebraciones electorales, así que no están para nada ni para nadie, como habitualmente. Eso sí, de vez en cuando se asoman a la ventana para amenazar con el dedo a esa turbamulta de okupas callejeros: “iros peinando, que ahora vamos”.
Los de Izquierda Hundida PA (pero aguantando), van como el asno de Buridán, dudando entre los dos montones de heno político: unirse de alguna forma al movimiento de los indignados o seguir jugando a la política tradicional. Llevan camino de morirse de indecisión.

En su estreno mundial como campeones del “boomerang”, Convergencia i Unió ha sido el único partido que ha dado una respuesta rápida y contundente a los acampados de Plaza de Cataluña, que han visto reforzada su posición, por decirlo de alguna forma.
Los vascos básicamente como siempre, a lo suyo. Como sus calles y sus plazas siempre han estado muy “animadas”, pensarán que al menos estos indignados no queman cajeros ni autobuses urbanos, cosa que contribuye bastante a la tranquilidad ambiental.
Pero los que más pasan del asunto son los banqueros y los financieros, y con razón: al fin y al cabo, una gente que duerme en el suelo, vive en tiendas de campaña y se hacen sus propios carteles a mano, no parecen unos clientes potenciales muy interesantes para sus extorsiones hipotecarias.

Visto así, lo lógico sería pensar que nuestros partidos políticos y clases dirigentes, están instalados en la inopia y no se enteran de que hay un montón de gente haciéndoles señales de que ya empiezan a estar hasta las narices de que ser votantes de usar y tirar.
La Inopia no se puede localizar en un mapa, sino en el diccionario, donde pone que no es un sitio, sino una palabra que viene a significar coloquialmente “no entrarse de un carajo” o también “estar en babia”, aunque eso, Babia, sí que viene en el mapa y está por León, donde supongo que tendrán ya bastante con el inminente retorno de Zapatero. Pero el diccionario, que se las sabe todas, también pone que Inopia viene del latín (para variar) y significa indigencia, pobreza y escasez.

Mira por donde, ahora va a resultar que los que viven en la inopia son los millones de españoles que sobreviven de milagro, están en el paro o tienen la fortuna de disfrutar de un contrato en régimen de explotación laboral absoluta. El día que todos esos ciudadanos puteados se unan a los cabreados y salgan a la calle, puede que todos empecemos a salir de la inopia.... y los políticos se tengan que ir al ostracismo, que es un sitio del que ya os hablaré otro día.
En caso contrario, nos quedan las sagradas escrituras, concretamente el Libro Uno del Profeta Evaristo Pollarecords: “Cuando el problema desaparece, el sistema se restablece”.

sábado, 21 de mayo de 2011

El tamaño sí importa


Cuando los historiadores del futuro estudien esta época necesitarán un manual de claves para interpretar los nombres de las fechas históricas: 23 F, 11 S, 11 M, 15 J, y así sucesivamente hasta la última y prometedora que es la del 15 M, o lo que los medios guiris han dado en llamar de forma muy optimista y abundantemente sensacionalista, la “spanish revolution”. Pero la verdadera clave para saber si el 15 M se incorpora definitivamente a la lista de siglas históricas, es el 23 M, el llamado “día después”. Ese día sabremos si esto fue un polvo de una noche loca, un coitus interruptus, o el principio de una intensa relación sexual, incluso quien sabe si sentimental.
A esta hora todo es entusiasmo y fogosidad. Como pasa siempre, la prohibición y le ilegalidad han aumentado el atractivo de la protesta, y la cosa ha ido creciendo, aumentando de tamaño, lubricándose, adquiriendo un ritmo cada vez más frenético, pero también más acompasado. Y así tenemos al país pendiente del orgasmo de mañana, que será, como siempre, un orgasmo fingido para seguir con lo mismo de siempre, o al menos eso es lo que esperan ahora tienen la sartén por el mango. Esperan que después del polvo venga la relajación... y cada uno a su casa.

Pero en estas camas redondas en las que se han convertido nuestras plazas, nada es lo que parece. He visto ex votantes del PP, en paro y con tres hijos, pegando los carteles con los horarios de las asambleas, a señoras mayores bajando bolsas de comida a los acampados, a madres de quinceañeras orgullosas de los novios de sus hijas (a los que hasta ayer consideraban unos piojosos), a gente de tres o cuatro generaciones distintas, que cinco minutos antes no se conocían de nada, discutiendo ante las cámaras sin ninguna reserva, a periodistas dando tumbos en busca de portavoces y a tipos con rastas pegando pancartas ayudados por señores con un polo rosa.
Y ahí es donde ha patinado todo el elenco nacional de expertos y opinadores, incapaces de entender que la gente sea capaz de organizarse y manifestarse por si misma, con sus propias ideas y sus propios métodos. Primero se intentó el ninguneo: “son cuatro chavales sin propuestas ni ideas que no van a ninguna parte”. Pues mira por donde, en sólo una semana los cuatro chavales son miles en todo el país y las ideas han comenzado a perfilarse en un tiempo que ya quisieran manejar nuestros políticos. Luego se intentó la descalificación: “Están manipulados, son submarinos de la izquierda,”, incluso la farsa alucinada: “Tienen contactos con ETA”, pero la terca realidad se ha encargado de desmentirlo a pesar del barullo mental de los medios de comunicación. Al final se intentó la prohibición, pero eso no ha hecho más que excitar al personal.

Dicen que en esta protesta hay mucha más gente que la que está en las plazas de las ciudades, porque hay muchísimos que sintonizan con ellos y les respaldan desde el sillón de casa o la barra del bar. Pero si el 23 M las plazas no se vuelven a llenar y cada mochuelo vuelve a su olivo, todo esto habrá sido como una de esas noches de sexo y borrachera: divertido mientras duró y poco más. Porque en esto de las revueltas populares, como en casi todo, el tamaño sí importa.
Hace unos meses era mucha más la gente preocupada por la calidad del vino, que por la calidad de la democracia. Es más, si se te ocurría hablar de estas cosas de la democracia transversal, el desencanto como motor del cambio o el hartazgo de la peña en general, tus propios amigos te miraban con cara de : ya sabéis, son las cosas del Manolo, él es así, sigue siendo un flipao, un iluso, un visionario, un inadaptado, etc, etc. Aunque sea solo en eso, ya hemos dado un salto de gigante. Pero hay que tener cuidado con no creernos nuestra propia propaganda. Cada vez oigo hablar más de “ellos” y “nosotros”, traducido por “los chorizos” y “los ignorados ciudadanos”. Y es cierto que eso se lo ha ganado a pulso la casta política, que ha vivido en la puta inopia durante los últimos años.

Pero cuidado, también somos los mismos “nosotros”, los ciudadanos, los que durante años hemos consentido que “ellos”, los políticos, nos pongan los cuernos con los famosos mercados, los que hemos hecho la vista gorda cuando se han encamado con la banca, e incluso los que hemos hecho de mamporreros de sus fechorías, su arrogancia y sus chorizadas, por si nos caía algo que nos asegurase una relajada jubilación. Antes de ir a parar al linchamiento del culpable fácil, convendría, a lo mejor, pararse a pensar qué es un corrupto: ¿el que se lo lleva muerto recalificando?, ¿el que se forra edificando en la recalificación? ¿el que compra en B un piso construido sobre una recalificación? ¿el que sabe, calla y, por supuesto, otorga?. A lo mejor, a lo peor, ellos también son nosotros, y a eso habría que darle unas cuantas vueltas a partir de 23 M.

martes, 17 de mayo de 2011

Jarticos


Mientras los antidisturbios apaleaban en Madrid a un grupo de lo que la prensa llama alegremente “radicales antisistema”, los maderos de Nueva York metían en chirona a Dominique Strauss-Khan, un tipo que antes sonaba a vals y ahora se ha hecho famoso por agredir sexualmente a la camarera de un hotel. El tipo, dicho sea de paso, es el director del Fondo Monetario Internacional, o sea, uno de los responsables de que todos andemos con el agua al cuello. Se ve que el hombre está tan acostumbrado a pillar lo que le da la gana, que creyó que la camarera también estaba en el inventario de las cosas gratis que le ofrecen los hoteles de lujo. Vamos, un digno representante de la clase dirigente, que no quiere contener la avaricia ni sabe tener quieta la polla.

A mi el lío del domingo me pilló en Sevilla, donde la cosa era más alegre y relajada. Entre jovenzuelos festivos, viejas glorias de la heterodoxia, padres modernos y concienciados, cabreados de diverso pelaje y colectivos variopintos disfrazados de colectivos variopintos, me topé con estas dos buenas mujeres de la foto comentando la jugada sin perder detalle, con años de hartazgo a la espalda, las ideas más claras que tres parlamentos juntos y un cartel que rezaba: “Jartica de currar y no ver un duro. Fdo: un ama de casa”.
Ese cartel resume el fondo del asunto: con las cosas tal y como están, hay que trabajar un huevo para sobrevivir malamente. Y eso, quieras que no, acaba inflándole las pelotas al más pintado. Más o menos esa era la filosofía de cabecera de la fauna ciudadana que acudió “jartica” a la manifestación de Sevilla, de la que he extraído unas aventuradas conclusiones que paso a exponer al respetable.

Primera: al de los eslóganes que le compren un calendario. Gritar a estas alturas (o profundidades) “Contra el paro, lucha obrera” es tener el manual muy atrasado. Al borde de la caducidad, diría yo. Tampoco es un prodigio de imaginación lo de “Y si esto no se amaña, huelga general”. Aparte de que parece hecha con trozos de otras, esta consigna lleva a una conclusión sin salida: ¿para qué? ¿para volver a cagarla como la última vez?. Lo de “PSOE, PP, la misma mierda es”, tiene ritmo pero deja fuera a demasiados chupopteros políticos.... y económicos. Y, por favor, que alguien busque una alternativa a “Ea, ea, ea! El pueblo se cabrea”, que parece de excursión para ver un partido del colegio.

Segunda conclusión: el secreto está en los detalles. En una elipsis temporal, un integrante de la sección HASH (Históricos con Abundante Sentido del Humor), llevaba dos chapas, colocadas a la altura de los pezones, que, por antiguas, estaban de absoluta actualidad: “Nucleares? No gracias” y “OTAN No”. El ultimo grito de la Fukulibian Fashion Victim.
Tercera conclusión: las bicis quedan muy chulas pero dan un coñazo soberano. Me dejé la espinilla contra los guardabarros de tres bicis que avanzaban en dura pugna con varios cochecillos de niños. Por cierto, unos niños de lo más concienciado. Había uno de unos tres años que estaba encantado de que le hiciesen fotos con su cartel, que ponía “Ellos no nos representan. No a la casta política”. Un caso evidente de acracia precoz, probablemente mal diagnosticada.

Cuarta conclusión: de la música que se encargue alguien con sentido del ritmo, a poder ser. Los tipos que aporreaban jambés y cajas de cartón tenían todos una oreja enfrente de la otra y los que cantaban saetas en lo alto de la escalera plegable se merecían un mínimo de megafonía y un algo de silencio. Debían de ser unas letras muy reivindicativas, pero solo se enteraron los cuatro que estaban pegados a ellos.
Tampoco estaría demás consultar la previsión del tiempo: de persistir en la manía de convocar las manifestaciones al solano de media tarde, por lo que menos que se hagan por una ruta de bares; algo que, además, redundaría en mayor animación y jolgorio.

Por lo demás, la procesión del descontento fue un muestrario de ingenio popular plasmado en pancartas individuales, echas con un folio y un rotulador, en las que se desgranaban joyas como “El secreto está en la masa”, quizá de algún discípulo desnortado de Ortega y Gasset, “No es crisis. Es Estafa” de algún aspirante a economista, o la menos habitual “Nos mean y los diarios dicen que llueve”, de evidente origen gallego, aunque en el original la cosa tiene todavía un matiz más cruel, aunque yo creo más acertado: “Mexan por nos e decimos que chove”. A estas alturas, echarle la culpa al mensajero, por muy lacayo que sea, es perder el tiempo miserablemente.
El viejo “Todos prometen. NADIE cumple. Vota por NADIE”, resulta entrañable de puro arcaico. Es como volver a comer en el plato de loza descascarillada de casa de tu abuela o alguna sensación psicotrópica similar. El simpático ingenioso lucia un “Me sobra mucho mes al final del sueldo”, muy cerca del poético “Yo Soy Tu”, portado, para redondear, por una chica delgada, elegante, pelín lánguida, con gafas de sol y una camiseta negra de tirantes... Sí, vale, lo se, me estoy yendo del análisis.

Por cierto, me gustó mucho el grupo friki que llevaba una bandera anarquista, una republicana y una bicolor constitucional, todos en amor y compañía junto un señor mayor que llevaba pegado en el jersey un papel con letras de colorines casi infantiles que ponía “El pueblo unido funciona sin partidos”. También había un muy sevillano, aunque sea a la contra, “Me tenéis como las putas por Cuaresma. Pará y sin un duro”
Dejo para el final el definitivo “Sin mi, no sois nada”, un resumen del punto en el que estamos y que, con menos poesía, se podría traducir por: “puede que ellos nos tengan enganchados por el cuello, pero nosotros tenemos la mano a la altura de sus cojones”.

martes, 10 de mayo de 2011

¿CUANTO VALES?


Andaba yo a vueltas con mi atribulada vida económica y laboral, buscando una salida como un ratón en la jaula de un laboratorio, cuando fui a dar de bruces con una página web, en la que te ofrecen calcular cuanto vales en el mercado de los seres humanos. Sí, ya se que tiene un tufo raro, y hasta esclavista si me apuras, pero la cosa está muy achuchada así que me dije “déjate de caralladas y apúntate, no sea que vayan a dar algo por ti”.

La página en cuestión se llama humanforsale.com y para realizar el cálculo de tu valor hay que rellenar unas 40 preguntas de cuatro apartados fundamentales: físico, mental, hábitos y personalidad; preguntas que yo comparto con vosotros por si os sirve para remediar vuestra personal crisis. Entre los primeros parámetros están la raza, la edad, la altura, el peso, el color del pelo, de los ojos, etc.
Lo de la raza me trajo mogollón de tribulaciones. Porque según parece, debería ser una especie de celta del norte, pero me empeñé en ser moreno y escueto, lo que se conoce por un “estándar ibérico”, y con el tiempo fui descubriendo que soy una especie de mediterráneo universal. Total que les contesté que era más o menos de la raza “bípedo implume”.

Lo de la altura lo solventé con un “normal”, porque el que no se consuela es porque no quiere y yo pienso que soy alto respecto a la media andina y bajo respecto a las medidas de los blancos caucásicos (que yo creo que solo existen en las películas policíacas norteamericanas). En lo de la edad puse “provecta”, no por coquetería, que casi me la he gastado toda, sino para tocar los cojones y dármelas de florido escribidor. ¡Qué coño! Y además, porque estoy seguro que tienen que mirar en el wikipedia, y eso me mola.

La cuestión ¿con qué mano escribe?, me retrotrajo al colegio, donde los zurdos eran unos tipos empeñados en ir contracorriente y a los que se debía enderezar por cualquier método (a poder ser, cuanto más bestia y vejatorio, mejor). Ahí se me erizó un poco el pelo de la nuca (nunca se sabe que puede encerrar una pregunta imbécil) y disimulé con una frase que no es mía: “Nunca le des la mano a un pistolero zurdo”.
La batería de preguntas inteligentes la solventé con monosílabos y onomatopeyas (que contra la que pueda pensar más de uno, no son cumpleaños). ¿Tiene mucho vello corporal? “depende”, ¿es estrábico? “¿comooorr”?, ¿ganancias anuales? “pffssss”, ¿trabajo que se desempeña? “escaso”, ¿idiomas que conoce? “buenoooo” . ¿deportes que practica? “uufffff”, y así más o menos sucesivamente.

También repreguntaron por mi salud, así que: “muy bien, gracias”. Pero los tíos querían saber más, querían saber si bebo, fumo, tomo drogas o juego. Estuve a punto de contestar la frase de cabecera de mi amigo Portela: “doctor, todo lo que puedo”, pero pensé que a lo mejor del entraba complejo de inferioridad y decidí ser modesto y dejarlo en “hombre, alguna vez que otra”, lo cual sin acercarse a la realidad ni de coña, tampoco supone una mentira que me mande de cabeza al infierno (sitio para el que conozco atajos mejores).
Y como ya habían cobrado confianza pues se lanzaron un poco más con la encuesta: ¿visita páginas porno?. Reconozco que las tengo un poco abandonadas, a las pobres, pero ya se sabe: vistas mil, vistas todas, así que expliqué que desde hace muchísimos años me rijo por el viejo principio: “Masturbarse está muy bien, pero follando conoces gente”.

Me creía muy listo, pero los tipos siguieron preguntando a calzón quitado, nunca mejor dicho: ¿longitud del pene o copa de sostén (no, sujetador no, sostén)?. Comprenderéis que estas respuestas no las comparta con vosotros. Prefiero que se queden entre yo y Humanforsale, que me ha garantizado absoluta confidencialidad, cosa que me tranquiliza enormemente. Bueno, lo de la copa del sostén os lo puedo decir: depende de la noche y del local donde actúe.
Pero este inocente capítulo se cerraba con una cuestión que dejó bastante perplejo: ¿número de cavidades del o la demandante?. Dado que al principio del todo ya rellenas la casilla de hombre o mujer, la preguntita me dejó más pillado que una vaca que mira al tren. Al mismo tiempo me produjo una sensación similar a lo que llamo “el síndrome del confesionario”, que era cuando confesaba que había pecado contar el sexto mandamiento (para los más jóvenes, el que habla de los actos impuros) y el cura me preguntaba si lo había hecho sólo o en compañía, y a mi se me habría un abanico de posibilidades desconocidas hasta el momento, porque yo siempre he tenido mucha imaginación para según qué, dicho sea de paso.

Cerraba este delirante interrogatorio el apartado de actividades sociales, que nos os voy a detallar porque escribí dos folios, pero fui muy escrúpulos en la respuesta a mis presuntas actividades benéficas. Ahí puse un: Sí, soy de los que creen firmemente que la caridad bien entendida, empieza por uno mismo.

Así que aquí me tenéis, esperando que me llame el señor Down Jones, o el Índice Nikei, o alguien por el estilo, para que me digan si puedo especular un poco conmigo mismo, o sigo donando mi cuerpo a la ciencia y mi espíritu al Jack Daniels. En fin, que si queréis saber cuanto valéis, podéis rellenar el cuestionario de marras, pero si queréis sacarle dinero, es mucho mejor que hagáis lo mismo, pero en un programa de tele realidad. Yo estoy esperando que me llamen un día de estos.

miércoles, 4 de mayo de 2011

LA NOTICIA DEL SIGLO


Ayer fue el día de la libertad de prensa, que curiosamente coincide con los aniversarios del nacimiento de Maquiavelo y la muerte de Shakespeare, dos referentes distintos de un buen número de profesionales de la prensa, que cada día son más tendenciosos y cada día escriben peor. O sea, para seguir un razonamiento actual: Maquiavelo 1-Shakespeare 0.

Para celebrar tan señalado día, nuestros medios de comunicación echaron toda la carne al asador para informarnos de las desventuras de los millonarios del Barça y el Madrid que volvían a jugar el partido del siglo, por cuarta vez en dos semanas, en las que además hubo otros acontecimientos tan trascendentales para el desarrollo humano como la boda de Guillermo y Kate (como en cualquier humilde casa se conoce al nieto de la reina de Inglaterra y señora), la beatificación del Papa Juan Pablo II o las flatulencias del Casi Faisán (que a estas alturas debe haberse convertido ya en un pato mareado).

Pero hete ahí que de repente se les cuela una de vaqueros y todas las miradas enfocan al mismo sitio, un palacete de Paquistán donde se escondía el enemigo público número uno: Osama Bin Laden. El prófugo más odiado por medio planeta y más admirado por el otro medio, fue abatido en una cacería legal y su cadáver fue arrojado al mar, ese inmenso contenedor de basura donde la mismo van a parar unas compresas higiénicas que unas toneladas de petróleo, unos isótopos radiactivos japoneses o los cadáveres molestos.

Es lo que pasa cuando reniegas de la cultura oficial. Si Bin Laden hubiese visto más películas de vaqueros sabría que cuando cuelgan tu careto por las paredes con tu foto y un texto que dice: “Wanted. Dead or life. 50.000.000 $ Reward”, antes o después aparece un justiciero y acaba apiolándote.

Con la amplitud de miras que les caracteriza, los columnistas y opinólogos se han lanzado al descrédito mutuo, aprovechando las aguas revueltas del miedo y el odio. La derecha clama contra la izquierda, la izquierda contra la derecha y todos contra los pacifistas, asquerosos ellos, que pretenden que eso de matar gente a la brava, por muy asesinos de masa que sean, se acerca mucho al crimen de estado.

Mira por donde esos mismos días, en esquinitas de los periódicos salieron unas muertes silenciosas que tienen bastante de crimen de estado (de mercado, que viene a ser lo mismo), contra el que nadie clama, como la muerte del trabajador de France Telecom que se quemó a lo bonzo a finales de abril (uno entre decenas de empleados de la compañía que se han suicidado en los últimos años (lo que llevó a la compañía a elaborar un plan de mejora de las condiciones laborales de sus empleados). O el suicidio de Patricia Heras, una joven encarcelada en la prisión de Wad Ras, por una condena de tres años, acusada de una agresión a un agente de la Guardia urbana que quedó tetrapléjico en un altercado con okupas allá por el 2006. La joven no participó en la agresión, y así lo reconoce la sentencia de la Audiencia, pero fue condenada por una pelea que se produjo después de que el agente fuese herido. También se marchó por la puerta de atrás el profesor de la Universidad de Princeton, Antonio Calvo, al que de la noche a la mañana la universidad le quitó el despacho, le cerró la cuenta de correo y lo puso en la calle sin más explicaciones. Al día siguiente se suicidó en su apartamento de Manhattan.

Esta vez no son los ejecutivos y los empresarios arruinados los que saltan por las ventanas de la crisis, como en el 29. Esta vez son los pringados, los currelas, los hipotecados y los don nadie, los que parecen condenados a una desaparición silenciosa, sin hacer ruido, sin ocupar espacio en los medios y sin que nadie proteste. Claro que eso no vende y como espectáculo es penoso, así que mejor celebrar la libertad de prensa con unas tracas de goles, o de tiros, o de lo que sea, pero que resuene mucho a noticia del siglo, mientras nos siguen dando por el saco con gran libertad y ningún disimulo.

sábado, 12 de febrero de 2011

AMOR BESTIAL


Hace años que él la ronda con sus galanteos, que despliega todas sus artes y sus artimañas de seducción; y ella, como si nada, altiva, severa, le ignora. Cierto que un abismo les separa. La edad, la raza, la clase social, incluso el tamaño, juegan en contra del empecinado galán. Pero nada es obstáculo para el amor apasionado del desconsolado Romeo.
Ella enviudó hace años y desde entonces su vida es un luto riguroso. Él la conoció un buen día de principios de primavera y desde entonces no ha podido arráncasela de la sesera. Es la historia de un desencuentro irremediable. Él la invita a bailar y ella responde con su silencio. Él le lleva regalos y ella los ignora con displicencia.
Y así, cada año por estas fechas, al cumplirse el aniversario de su primer encuentro, él vuelve a soñar con su amor imposible y ella sigue languideciendo en su voluntaria soledad.
Es una historia triste, como suelen serlo las verdaderas historias de amor y podría haber sido un reclamo comercial para los mercachifles que trafican con espeluznantes corazoncitos rojos en los aledaños de San Valentín, sino fuera porque él es un pájaro pequeño, birrioso y amarillento, una oropéndola macho, y ella una cigüeña larga, zancuda y majestuosa, una maguari hembra. El escenario de esta historia de amor no son las medievales calles de Verona, sino un prosaico parque temático de Benidorm. Romeo se llama Schwarcenegger y Julieta se llama Nuez. No es culpa suya, sino de la pedestre imaginación de los cuidadores del parque.
Su historia venía el otro día en una esquina perdida del periódico, del mismo periódico en el que el ayuntamiento de Madrid anunciaba su intención de eliminar la música de la calle, un nuevo desesperado árabe intentaba quemarse a lo bonzo y la enésima mujer moría victima del machismo descerebrado. El mismo periódico que leí en un bar en el que un adicto a Intereconomía bramaba su mala leche delante de un café y le llamaba animal a un ministro, ignorando que le estaba echando un piropo.

sábado, 22 de enero de 2011

¡SOY UN OFICUO!


Por si no tenía suficiente con lo que me estaba cayendo de natural, empezar a reconstruirme a una edad provecta, el año nuevo me ha traído un regalito extra: me han cambiado el signo zodiacal. Efectivamente amigos, lo vislumbro, me levanto contrito y declaro ante la plebe: “Me llamo Manolo y soy Oficuo”. Podría añadir que además fumo, bebo (whisky, por supuesto), como animales muertos, intercambio fluidos corporales y pienso por mi cuenta; cosas todas reprobables, lo confieso. Pero todo eso carece de importancia desde que un día una rubia todo sonrisas, me dio la noticia desde el telediario. Yo, un Sagitario de toda la vida, me había convertido en un Oficuo.

Puede que a simple vista parezca una gilipollez, pero eso es porque a vosotros no os han convertido en una mierda de oficuos de la noche a la mañana, que así es como me siento yo, como un paria del zodiaco. Claro, tu te levantas, te miras en el espejo y en la propia jeta pues no te lo notas, pero por dentro hay algo que te susurra: “eres un puto Oficuo y todo dios se va a dar cuenta”; vamos, como si te hubieses fumado una maría triposa.
Cierto es que lo de ser Sagitario tampoco me ocupaba demasiado tiempo ni le sacaba mucha utilidad, si exceptuamos esa extraña época de mi vida en la que el horóscopo era una herramienta de acercamiento a las chicas, una herramienta que había que utilizar con el mismo cuidado que la nitroglicerina, porque lo mismo podías parecer un tipo sensible a las fuerzas cósmicas o un gilipollas que no diferenciaba un signo ascenderte de un planeta regente.
Reconozco además que mi contacto más intimo con el universo zodiacal fue una vez que tuve que redactar las predicciones del horóscopo de un periódico a la deriva, en el que el único que sabía del tema estaba de vacaciones. Y además reconozco que no me salió tan mal, aunque un poco cargado de turbios vaticinios en lo económico, provocados sin duda por el hecho de que llevaba dos meses sin cobrar.

En fin, que ya se que en esta vida no hay nada eterno y que ni los amores para toda la vida duran más allá de unos años, pero me joroba que a estas alturas me anden mareando perdices que ya tenía escabechadas. Además, ya puestos a cambiar, podían haber elegido algo más glamuroso (al estilo de Géminis), más contundente (al estilo Tauro), algo sobrio (al estilo Libra), pero no, le han puesto Oficuo, algo que suena a grano purulento y ente infrahumano. Hasta el símbolo es cutre ,y de segunda mano, clavadito al dibujo de las farmacias antiguas. ¿Con lo chulo que era lo de se arquero!

Y lo peor de todo es que me han convertido en Oficuo unos tipos de la Sociedad Planetaria de Minnesota, o sea, una puta broma. Y encima los tipos no parecen unos superlumbreras, porque tampoco hace falta mucho resplandor cerebral para colgar unas fotos desenfocadas, como las que tienen en su página web, que parece hecha con un cruce de imágenes de los Monegros y del water de mi casa, si es que tuviese tal cosa... casa, quiero decir.
Eso sí, tiene un edificio muy molón en el que un montón de gente se pasa todo el día escudrillando las galaxias, y mira tu por donde un buen día descubren que el Zodiaco está mal y que a partir de ahora hay trece signos. Los laboriosos rastreadores galácticos son Nathan Laible, Laura Waterman, Micahel O´Keefe, Steven Sigmon, Susan Casey, Paul Douglas, Bertram Greener, Chelen Johnson, Peter Leppik, Parke Kunkle, Hart Rosenblatt. Lawrence Rudnick, David Sigel, John Vekich y Margaret Leppik; a quienes desde aquí doy las más efusivas gracias y les deseo una vida sexual más activa. De paso les comunico que aprovecho para pasarme definitivamente al horóscopo chino y ser Perro para el resto de mis días.

jueves, 13 de enero de 2011

FUTURO PLUSCUAMPERFECTO


“Buenos días. Son las ocho de la mañana del 13 de abril de 2056, aniversario de la proclamación del Estado Global de Inmunización”. Tono escuchó las noticias con el nulo interés de siempre y se acabó de poner la crema protectora de rayos ultravioleta. Antes de apagar la pared espejo se echó una complaciente mirada. Su piel no tenía todavía ni una sola arruga ni un solo pelo, a pesar de haber sido sometido muy tarde a la exfoliación capilar total, como les pasó a la mayor parte de los niños de su barrio, hijos de simples elementos laborales básicos. Había escapado de allí para no volver nunca.

Los primeros años creyó que nunca saldría del infierno del selector de residuos, pero gracias a su absoluta falta de escrúpulos había conseguido un puesto en la zona de eliminación de elementos tóxicos de un hospital, un trabajo arriesgado pero que suponía el paso a una Zona Residencial Saludable de tipo D, en un plazo de cinco años, los que sobrevivían, claro. Y él era de los que sobrevivían siempre. Cuando por fin le dieron el primer Certificado de Inmunidad Elemental, se despidió para siempre de su deprimente núcleo familiar y se apuntó al programa Cobaya. Pero no se conformó con hacer cola para uno de los millones de experimentos farmacéuticos y quirúrgicos en los que sólo arriesgabas algún órgano a cambio de una ridícula compensación que no daba ni para pagar un mísero implante ocular. No, él se la jugó a una carta y se incorporó al cuerpo de guardaespaldas orgánicos. Tuvo suerte y su asignado se cansó de él antes del cuarto trasplante, uno de riñón. Su natural falta de personalidad y su elaborado servilismo le llevaron por fin al peldaño definitivo: la carta de fecundidad.

Y llegó Marcia, y el apartamento en una zona de apartamentos salubres, el Puesto Laboral Socialmente Innecesario, el sueldo indefinido y los niños.
Todo iba perfectamente, como en una serie psicólogos californianos que tan de moda estaban. Y de repente, en menos de 24 horas todo se viene abajo con un simple mensaje en el brazalete táctil: “Jubilación anticipada a los 95 años”. ¡Pero si le quedaba media vida por delante!. Y esa edad ¿dónde iba encontrar otro trabajo?. Marcia le abandonaría y se llevaría a los niños. Acabaría en un Centro de Espera Terminal, pegado a la pantalla de la tele hasta el fin de sus días o volvería donde empezó, a una zona sanitariamente insegura. No valía le pena engañarse. Ese era el proceso inevitable. Lo había visto muchas veces en los programas de pararealidad que emitían en todas las cadenas pero, evidentemente, esas cosas les pasaban a otros, a gente con conductas sociales inadecuadas. Pero él siempre había cumplido fielmente las reglas del Decálogo de Salud Social del Gobierno. Se había esforzado por cumplir hasta el más mínimo deseo de sus superiores, sin estorbar con individualismos ni iniciativas personales, y esta era la recompensa que recibía.

Oyó como Marcia y los niños volvían de su hora de deporte matinal y recompuso el gesto. Nadie debía de notar nada o estaba perdido. Quizá si no se diese por aludido, si no hiciese caso del aviso y siguiese actuando como si no pasase nada, tardarían en detectar su ausencia del centro de prejubilación. Al fin y al cabo, todos los días debían de incorporarse cientos de personas y nadie iba a notar la ausencia de uno más.
Pero mientras conducía hacia el Centro Comercial Hospitalario de su distrito, comenzó a desmoronarse. ¿A quién quería engañar? Antes o después el sistema detectaría su rebeldía y aquello sería todavía peor, sería el fin. Le retirarían su tarjeta sanitaria y perdería sus derechos como ciudadano. Le tratarían como a un criminal y le expulsarían más allá del cordón de salubridad que defendía las ciudades desde la Gran Epidemia. Su caso saldría en todos los programas nocturnos como un ejemplo de desviación social, como un cáncer del sistema, como un terrorista que había intentado romper el orden y desobedecido a los designios de la infalible Junta Médica de Gobierno.

En el pasillo central del centro una pantalla gigante emitía los habituales mensajes, que ese día estaban cargados de un significado especial para Tono: “Convierta el invierno en verano en nuestras Unidades de Reposo de la Riviera Maya”. “No sea el último. Conozca ahora la composición química de la Píldora Hipoalergénica”. “Evite las preocupaciones con Evadoline, su seguro de estulticia mental”. De repente el pánico se apoderó de él y dio la vuelta hacia la salida tirando de su esposa, que a su vez arrastró consigo a los niños. Ella comenzó a gritarle lago, pero él solo oía un intenso zumbido dentro de su cabeza que repetía: ¡jubilación, jubilación!. Su actitud llamó la atención de un Asistente de Control Sanitario que se dirigió hacia la familia con su falsa sonrisa cincelada en la cara.

De pronto el zumbido se vio interrumpido por una vibración en su muñeca. La pantalla táctil se iluminó: “Anulada requisitoria anterior. Pase a fase de rutina”. Se paró en seco y toda la familia tropezó con él. La voz del ACS sonó amablemente autoritaria: “Buenos días unidad familiar. ¿Algún problema”. Tono alcanzó a murmurar: “No, no, todo en orden. Pero había olvidado el homenaje al Antitabaquista Desconocido. No quiero perdérmelo por nada del mundo”. El ACS amplió la sonrisa y los despidió: “Es la actitud correcta para todo ciudadano consumidor”.

Tono se tragó las ganas de saltar de alegría por el nuevo vuelco de su vida y salió del Centro Comercial Hospitalario, entre el afortunado silencio de su prole. El silencio infantil era uno de los grandes logros del sistema educativo, por eso Tono se asombró al oír la voz del hijo mayor: “Mira, unos Acratas Nicotínicos”. El chaval señalaba un grupo jóvenes que repartían panfletos en un puesto informativo de una Asociación Pro Toxina, defensores de la legalización de unos mínimos elementos de toxicidad inmunológica en el organismo. Aquellos niñatos de clase alta del Barrio de la Perfección, jugando a revolucionarios con el futuro asegurado eran más de lo que Tono podía aguantar: “Unos delicuentes, una lacra, eso es lo que son”. Rizando el rizo de lo inverosímil, su hijo volvió a hablar: “Dicen que tiene derecho a dejar de ser “saludables pasivos. Parece que en Estados Unidos se están poniendo de moda”. Aún no había salido de su asombró cuando Marcia se sumó al jolgorio: “¡Huy, pues como triunfe eso en los Estados Unidos, a los dos días lo tenemos aquí, eh!”. Nunca habían tenido una discusión tan larga, así que decidió cortar por la sano aquella algarada familiar: “¡A vosotros lo que os pasa es que ves demasiada televisión! Derechos, derechos. ¡Pamplinas!”.