sábado, 8 de noviembre de 2008

El niño del locutorio


En el locutorio de la esquina se está criando el futuro presidente de este país, se llame como se llame (el país, no el presidente). En un rincón, rodeado de cabinas, ordenadores y algún que otro electrodoméstico de segunda mano, hay parquecillo de esos rodeados por una red (de pequeños vivimos todos en La Gran Evasión). Desde allí una madre y un bebé se vigilan mutuamente. El chaval es de los de sonrisa enganchosa, con una impresionante mata de pelo negro y rasgos indígenas, concretamente de los de los indígenas de América. Todo junto es como una versión apocalíptica de la Natividad (palabra que viene de nativo, fijo).

A este particular portal de Belén no vienen ni reyes ni magos. Y el oro, el incienso y la mirra se transforman todos los días en giros postales, olor a sudor y llamadas desesperadas. El niño del locutorio crecerá entre silencios que gritan malas noticias, lágrimas silenciadas y frustraciones disimuladas. Aprenderá a caminar entre un cruce constante de idiomas, de acentos que cuentan todos lo mismo: “Yo muy bien, echándolos de menos. Cuando mejoren las cosas ya nos iremos juntando”.

Quizá también aprenda a dudar de la propia gente gracias a las lágrimas de esa mujer desesperada porque todo lo que ganó a base de fregona y humillación, se ha ido por el retrete de una familia voraz, que sigue pidiendo más, allá al otro lado del teléfono. Y cuando aprenda a hablar viajará a cientos de sitios cada tarde, subido en las conversaciones que cruzan el planeta, para descubrir que en todas partes alguien se cree superior a alguien.

Aprenderá a distinguir los olores de los enemigos de la especie: el miedo, la vergüenza, la miseria, la mentira, el odio y la soledad. Y crecerá intentando evitarlos. Si lo consigue con la que le va a caer encima en cuanto pise fuera del locutorio, me temo que no querrá ser presidente ni borracho. O quizá le dé por cambiar el mundo. Con los niños nunca se sabe, ¡algunos hasta quieren ser como sus padres!.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

muy bueno. Crudo y poco esperanzador, pero merece mi humilde aplauso.

Anónimo dijo...

muy bueno. Crudo y poco esperanzador, pero merece mi humilde aplauso.