domingo, 6 de septiembre de 2009

Memoria de un ilustre desconocido.


El último sábado de agosto, mientas el país entero apuraba los retos de los frascos de crema solar, engullía las últimas paellas grasientas y se ponía morado de sangría cabezona, Antonio Rabinad, un ilustre desconocido, cerraba para siempre su parada. Rabinad parecía que se había escapado de las páginas de algún libro de aventura bohemia. Con su barba blanca, su pañuelo al cuello y su gorra de marinero, recordaba a un Corto Maltés varado al fin por los años y la experiencia. Era uno de esos niños de la posguerra, con un padre asesinado en una cuneta (en este caso por unos pistoleros de la FAI) y una madre sacrificada por la miseria y la supervivencia en un barrio que daba a la parte da atrás del mundo. Era como tantos otros (Víctor Alba, Juan Marsé, Fernández Ledesma) uno de esos chavales que buscaron en la literatura un escape a lo que Manolo Vázquez Montalbán definió magistralmente como “la derrota social colectiva de 1939”.

Escribió su primera novela, “Los contactos furtivos”, en 1956 y la última, “El hacedor de páginas” en 2004. La primera salió a la luz completamente mutilada por la censura y la última se perdió en las sombras de cuatro librerías de escasa repercusión. La amargura de su estreno literario le llevó al autoexilio en Venezuela, de donde regresó para desdibujarse en su viejo barrio, escribir literatura desencantada y vender libros ajenos de segunda mano. La fama le pasó rozando hace unos años, cuando Vicente Aranda destripó su novela “La Monja Libertaria” y la convirtió en la poco afortunada película “Libertarias”. Pero para entonces Rabinad ya estaba de vuelta, muy ocupado con su selecto puesto del Mercat de Sant Antoni, donde vendía la mejor literatura universal los domingos por la mañana, mientras devoradores de libros de varias generaciones le escuchaban con algo más que respeto.

El úlitmo domingo de agosto, mientras unos cuantos íntimos despedían a Rabinad, los consumidores de basura televisiva hacían cola para volver a casa, encadenados a su rutina como los esclavos que los emperadores romanos paseaban triunfantes a su regreso de la guerra, mientras un siervo sujetaba su corona de laurel y, para que no olvidase lo efímero de la vida y la gloria, le repetía: “Memento Mori” (Recuerda que eres mortal), justo como se titula la mejor novela que nos ha legado Antonio Rabinad. Una novela que, como todas las suyas, pasó desapercibida en un país que prefiere adocenarse ante unas televisiones que conectan en riguroso directo con tipos haciendo albóndigas, hacer el burro desparramando por todo el pueblo toneladas de vino, tomates o cualquier otro producto perecedero, o ejercer de cabestros corriendo por la calle delante de becerros, toros, vacas y cualquier otro bóvido que se tercie.




4 comentarios:

Lucky Tovar dijo...

La vida nos regala de vez en cuando a tipos así, a quienes les da por escribir novelas que leen cuatro, interpretar melodías minoritarias, pasar en su barrio los veranos (que es cuando mejor se ve); en definitiva, ejercer de esquimal en Triana. A veces pienso que deberíamos agradecer a Doña Fama, que se olvide de tocar a nuestros verdaderos heroes.

Anónimo dijo...

Soy Luis Black Boogie, Saludos desde esta lánguida tarde leyendo a Robert Graves...Si todavia leo, y tengo la sensación de que pertenezco a una generación que ha sido anorreada por una tecnologia voraz...ese espiritu de la máquina, peligrosa adaptación de la superfluo y de lo impersonal...

aventosa dijo...

Se fue como se nos va el viejo Mercat de Sant Antoni, se lleva una etapa que, quienes tenemos una edad no la cambiamos por las tecnológicas venideras. Rabinad, cualquiera de nosotros.

Videos dijo...

Queridos mios. Sois unos románticos y eso os hace apreciar la vida con todas sus aristas, aunque no os suba nunca al carro de los presuntos ganadores. Muchas gracias y un abrazo
Manolo