jueves, 13 de enero de 2011

FUTURO PLUSCUAMPERFECTO


“Buenos días. Son las ocho de la mañana del 13 de abril de 2056, aniversario de la proclamación del Estado Global de Inmunización”. Tono escuchó las noticias con el nulo interés de siempre y se acabó de poner la crema protectora de rayos ultravioleta. Antes de apagar la pared espejo se echó una complaciente mirada. Su piel no tenía todavía ni una sola arruga ni un solo pelo, a pesar de haber sido sometido muy tarde a la exfoliación capilar total, como les pasó a la mayor parte de los niños de su barrio, hijos de simples elementos laborales básicos. Había escapado de allí para no volver nunca.

Los primeros años creyó que nunca saldría del infierno del selector de residuos, pero gracias a su absoluta falta de escrúpulos había conseguido un puesto en la zona de eliminación de elementos tóxicos de un hospital, un trabajo arriesgado pero que suponía el paso a una Zona Residencial Saludable de tipo D, en un plazo de cinco años, los que sobrevivían, claro. Y él era de los que sobrevivían siempre. Cuando por fin le dieron el primer Certificado de Inmunidad Elemental, se despidió para siempre de su deprimente núcleo familiar y se apuntó al programa Cobaya. Pero no se conformó con hacer cola para uno de los millones de experimentos farmacéuticos y quirúrgicos en los que sólo arriesgabas algún órgano a cambio de una ridícula compensación que no daba ni para pagar un mísero implante ocular. No, él se la jugó a una carta y se incorporó al cuerpo de guardaespaldas orgánicos. Tuvo suerte y su asignado se cansó de él antes del cuarto trasplante, uno de riñón. Su natural falta de personalidad y su elaborado servilismo le llevaron por fin al peldaño definitivo: la carta de fecundidad.

Y llegó Marcia, y el apartamento en una zona de apartamentos salubres, el Puesto Laboral Socialmente Innecesario, el sueldo indefinido y los niños.
Todo iba perfectamente, como en una serie psicólogos californianos que tan de moda estaban. Y de repente, en menos de 24 horas todo se viene abajo con un simple mensaje en el brazalete táctil: “Jubilación anticipada a los 95 años”. ¡Pero si le quedaba media vida por delante!. Y esa edad ¿dónde iba encontrar otro trabajo?. Marcia le abandonaría y se llevaría a los niños. Acabaría en un Centro de Espera Terminal, pegado a la pantalla de la tele hasta el fin de sus días o volvería donde empezó, a una zona sanitariamente insegura. No valía le pena engañarse. Ese era el proceso inevitable. Lo había visto muchas veces en los programas de pararealidad que emitían en todas las cadenas pero, evidentemente, esas cosas les pasaban a otros, a gente con conductas sociales inadecuadas. Pero él siempre había cumplido fielmente las reglas del Decálogo de Salud Social del Gobierno. Se había esforzado por cumplir hasta el más mínimo deseo de sus superiores, sin estorbar con individualismos ni iniciativas personales, y esta era la recompensa que recibía.

Oyó como Marcia y los niños volvían de su hora de deporte matinal y recompuso el gesto. Nadie debía de notar nada o estaba perdido. Quizá si no se diese por aludido, si no hiciese caso del aviso y siguiese actuando como si no pasase nada, tardarían en detectar su ausencia del centro de prejubilación. Al fin y al cabo, todos los días debían de incorporarse cientos de personas y nadie iba a notar la ausencia de uno más.
Pero mientras conducía hacia el Centro Comercial Hospitalario de su distrito, comenzó a desmoronarse. ¿A quién quería engañar? Antes o después el sistema detectaría su rebeldía y aquello sería todavía peor, sería el fin. Le retirarían su tarjeta sanitaria y perdería sus derechos como ciudadano. Le tratarían como a un criminal y le expulsarían más allá del cordón de salubridad que defendía las ciudades desde la Gran Epidemia. Su caso saldría en todos los programas nocturnos como un ejemplo de desviación social, como un cáncer del sistema, como un terrorista que había intentado romper el orden y desobedecido a los designios de la infalible Junta Médica de Gobierno.

En el pasillo central del centro una pantalla gigante emitía los habituales mensajes, que ese día estaban cargados de un significado especial para Tono: “Convierta el invierno en verano en nuestras Unidades de Reposo de la Riviera Maya”. “No sea el último. Conozca ahora la composición química de la Píldora Hipoalergénica”. “Evite las preocupaciones con Evadoline, su seguro de estulticia mental”. De repente el pánico se apoderó de él y dio la vuelta hacia la salida tirando de su esposa, que a su vez arrastró consigo a los niños. Ella comenzó a gritarle lago, pero él solo oía un intenso zumbido dentro de su cabeza que repetía: ¡jubilación, jubilación!. Su actitud llamó la atención de un Asistente de Control Sanitario que se dirigió hacia la familia con su falsa sonrisa cincelada en la cara.

De pronto el zumbido se vio interrumpido por una vibración en su muñeca. La pantalla táctil se iluminó: “Anulada requisitoria anterior. Pase a fase de rutina”. Se paró en seco y toda la familia tropezó con él. La voz del ACS sonó amablemente autoritaria: “Buenos días unidad familiar. ¿Algún problema”. Tono alcanzó a murmurar: “No, no, todo en orden. Pero había olvidado el homenaje al Antitabaquista Desconocido. No quiero perdérmelo por nada del mundo”. El ACS amplió la sonrisa y los despidió: “Es la actitud correcta para todo ciudadano consumidor”.

Tono se tragó las ganas de saltar de alegría por el nuevo vuelco de su vida y salió del Centro Comercial Hospitalario, entre el afortunado silencio de su prole. El silencio infantil era uno de los grandes logros del sistema educativo, por eso Tono se asombró al oír la voz del hijo mayor: “Mira, unos Acratas Nicotínicos”. El chaval señalaba un grupo jóvenes que repartían panfletos en un puesto informativo de una Asociación Pro Toxina, defensores de la legalización de unos mínimos elementos de toxicidad inmunológica en el organismo. Aquellos niñatos de clase alta del Barrio de la Perfección, jugando a revolucionarios con el futuro asegurado eran más de lo que Tono podía aguantar: “Unos delicuentes, una lacra, eso es lo que son”. Rizando el rizo de lo inverosímil, su hijo volvió a hablar: “Dicen que tiene derecho a dejar de ser “saludables pasivos. Parece que en Estados Unidos se están poniendo de moda”. Aún no había salido de su asombró cuando Marcia se sumó al jolgorio: “¡Huy, pues como triunfe eso en los Estados Unidos, a los dos días lo tenemos aquí, eh!”. Nunca habían tenido una discusión tan larga, así que decidió cortar por la sano aquella algarada familiar: “¡A vosotros lo que os pasa es que ves demasiada televisión! Derechos, derechos. ¡Pamplinas!”.

3 comentarios:

Lahermosa dijo...

Me ha gustado mucho Poy :)

Al leer lo de la "estulticia mental" no he podido evitar sonreír porque es una forma de hablar muy tuya...

Si te sirve de consuelo anoche fui a tomar una cerveza a un bareto, la pagué y salí para fumar en la calle -a tres metros de la puerta además-... A la vez unos saludables no fumadores, ejemplares ciudadanos, habían echado al rebaño literalmente también a la calle, tres "encantadoras" criaturas que no paraban de invadir mi espacio vital chocándose contra mí y pisándome constantemente. (Jugaban a las princesas bailarinas que buscaban a su príncipe azul en un lago,te lo prometo, era escalofriante). Como te decía no paraban de revolotear y... dar por culo, sinceramente. Los padres dentro, felices sin humos y lejos de sus "vástagas". Yo calladita a lo mío, con el cigarro sabiéndome a rayos y apartándome cada vez más para que dejaran de pisarme. Y en estas que se coloca frente a mí una de las "encantadoras" princesas y mirándome desafiante y con un desprecio total me espeta "APAGA EL CIGARRO QUE ME MOLESTA TU HUMO!!". No tenía más de cinco años. Casi rujo. Pero sí, apagué el cigarro, me di media vuelta y me largué.
¡Por cierto! Después leí por ahí que el presi pidió un pitillo tras su entrevista en Antena 3...

Anónimo dijo...

Joder, lo de la asepsia da mogollón de miedo!

Anónimo dijo...

Me alegro de que hayas vuelto. Un abrazo y sigue así.
Paco P